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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Su alcoba no la vio nunca como la dejaron aquellos curiosos. No es para la mayor parte de los hombres una obra santa, y una copa de espíritu la hermosura; sino una manzana apetitosa. Si hubiera un lente que permitiese a las mujeres ver, tales como les pasean por el cráneo los pensamientos de los hombres, y lo que les anda en el corazón, los querrían mucho menos.

Su imaginación vagaba con vehemencia para hacer algo, matar un oso, partir el cráneo a un salvaje o sacrificarse de alguna otra manera por aquella profesora de rostro pálido y de grises ojos.

Su corazón es tan entero como el tuyo ó el mío; lo que hay es que tiene en su mollera mucho más de lo que tendrás nunca debajo de ese puchero de peltre que te cubre el cráneo y por consiguiente ve más allá y siente más hondo que nosotros, y se afecta con lo que no puede afectarnos.

¡Qué biblioteca tan lúgubre! Son obras de medicina, que tratan de las enfermedades del cerebro, de las lesiones del cráneo y de otros asuntos del mismo género; disertaciones filosóficas sobre la herencia de las pasiones: una Historia de los accesos de cólera y de sus terribles consecuencias, un Tratado del dominio sobre mismo, y una obra de Kant, El Arte de dominar por la voluntad los sentimientos mórbidos.

Y los gritos y las amenazas, y el estruendo de doscientas voces y de dos mil porrazos llenaban el Santuario de las leyes, y hasta las figuras pintadas en el techo parecían temblar y querer despegarse del lienzo para romperse el cráneo contra los mármoles del hemiciclo.

¡Santos y buenos días! dijo con voz melosa, inclinando la cabeza al mismo tiempo que levantaba los ojos para apreciar de una rápida mirada al visitante. Era un joven que llamaba la atención por la delgadez del cuello que hacía más enorme su cráneo, y por la forma de sus orejas abiertas como abanicos, como si quisieran despegarse.

Los detalles de la vida humana en aquellos tiempos en que los hombres tenían hasta una configuración de cráneo distinta a la nuestra, y por lo tanto, movían su espíritu dentro de diversa atmósfera, nos llamaban más la atención que las narraciones del diluvio, que los sabios han desterrado de los viejos muros de Nínive con gritos de entusiasmo.

No debía dormir; no quería dormir; lo ordenaba su voluntad... Y media hora después dormía profundamente, sin saber en qué momento se había dejado rodar por las blandas laderas del sueño. Despertó de pronto, como si le hubiesen asestado un mazazo en el cráneo. Los oídos le zumbaban... Era la brusca impresión del que se duerme sin deseo de dormir y se siente sacudido por la inquietud resucitadora.

Corro a verlo y lo encuentro luchando con un violento ataque de gota. Con su bata de grueso muletón obscuro y anchas mangas, en las que ocultaba sus doloridas y temblorosas manos, y con aquel cráneo calvo, que relucía sobre una estrecha corona de cabello, parecía un fraile viejo. A la primera ojeada vi una profunda turbación en aquella cara redonda y afeitada, tan maliciosa y jovial de ordinario.

Por último, después de una hora de conversación, durante la cual le miraban con la insistencia pertinaz de quien va a comprar un animal, el médico le preguntó: ¿Nos permitirá usted ahora que tomemos algunos datos acerca de su cráneo y otras medidas?... El P. Gil, un poco sorprendido, consintió inmediatamente. El médico sacó del bolsillo de atrás de la levita un craniómetro y una cinta.

Palabra del Dia

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