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Popito, á pesar de sus tristes preocupaciones, contestó con una pálida sonrisa. Ella estaba dispuesta á seguir al gigante, arrostrando los mayores peligros, para salvar á Ra-Ra. Debía tratarla como á un camarada, sin miramiento alguno. Instálese usted ahí como pueda. Y al decir esto, el gigante levantó su mano derecha, colocándola al nivel de la cúspide de su cráneo.

Las mujeres rodeaban a la madre. La desesperación enfurecía a aquella mujer débil y enferma. Ya no lloraba: la muerte de su hijo la había vuelto feroz. Quería morder, estrellarse el cráneo contra las paredes. ¡Ay...! ¡mi hijooo! ¡mi Antoñito! Por las noches se quedaban en la casa Sagrario y otras mujeres para cuidar de ella.

De gran tamaño é inofensivo; tiene un canto muy monótono, y cuando se reunen varios arman un ruido infernal. Están provistos de un enorme pico que les sube hasta el cráneo, afectando la forma de capacete, resultando desproporcionado con el cuerpo, que no será mucho mayor que una gallina. Su vuelo resulta corto y pesado, no obstante la abundancia de su hermoso plumaje rojo y gris.

Era el coronel, que escuchaba con cierta autoridad, balanceando el cráneo para conceder su aprobación al célebre tenor. Pero no estaba solo: le vió ladear el rostro hacia una cabellera rizada y una sarta de gruesas cuentas de ámbar. ¡Ah, traidor!... Indudablemente, la hija del jardinero.

Era un horrible disparate lo que estaban proyectando: casi un asesinato. Tal vez cayese redondo antes de que sonase el primer tiro. Le habían hecho una operación audaz en el cráneo; vivía milagrosamente, podía morir de un modo fulminante á la menor emoción. Y don Marcos tuvo una respuesta heroica, digna de él. Doctor, para un hombre de éstos, batirse no es una emoción.

La introdujo en el bolsillo superior de su chaqueta, donde otras veces había guardado á Ra-Ra. Ya no necesitaba mantener su cuello rígido ni marchar con cierta precaución, temiendo que Popito cayese desde la inmensa altura de la selva capilar que cubría su cráneo. Ahora podría moverse y correr cuanto quisiera, sin otro inconveniente que el de sacudir un poco á la joven dentro de su encierro.

En los hombros de la chaqueta había dos estrechos galones de oro problemático, destinados a sujetar dos charreteras; y una espada vieja, colgada de un cinturón ídem, completaba este conjunto medio militar y medio paisano. Los años habían hecho grandes estragos en la parte delantera del largo y estrecho cráneo de este sujeto.

Una de sus órbitas había quedado vacía, colgando de este orificio del cráneo algunas piltrafas de la masa cerebral. En torno á él, la tierra bebía sangre ávidamente, cubriéndose de moscas. Se echó abajo del caballo, y con el revólver en la diestra avanzó hacia la casa. Al asomarse á su puerta y ver que no había nadie en la gran pieza que servía de sala y comedor, empezó á dar gritos.

Vibró dolorosamente su cuerpo de pies a cabeza, próximo a estallar; le zumbó el cráneo cual si reventase; una mortal angustia contrajo su pecho... y cayó en un vacío lóbrego e interminable, con la inconsciencia del no ser.

A la primera le temblaban las manos y le andaba por dentro del cráneo un barullo tumultuoso. La sirviente clavaba en la señora sus ojos de gato, y su irónica sonrisa podría ser lo mismo el único aspecto cómico de la escena que el más terrible y dramático. Pero de repente, sin saber cómo, criada y ama cruzaron sus miradas, y en una mirada pareció que se entendieron.