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De pronto, Jaime sintióse empujado por una fuerza irresistible. El gran cráneo le sonreía burlonamente, « también: ¿por qué resistirte a tu destino?» Y se encontraba adosado a la rueda, confundido con aquella humanidad crédula e infantil, pero sin el consuelo de su dulce engaño.

Concluída la fiesta, el matón guarda cuidadosamente el cráneo como prueba de su valentía, y es tanto más estimado por sus compoblanos, cuantas más cabezas ó cráneos adornan sus casas; suelen también estar en continua guerra unos pueblos con otros; siempre acometen á traición, y con grandes alaridos al echarse encima de la víctima.

Da uno con los nudillos en la pechuga de un pavo, y suena lo mismo que un tambor o un cráneo hueco... Y toda esta piedra, este cartón, cuando sale de su encierro se convierte en algo apreciable. Porque usted reconocerá, Ojeda, que aquí no comemos del todo mal.

De modo que no sería extraño que alguno de aquellos antiguos caballeros, que no por ir en el traje de la inocencia dejaba de serlo, quedase chato de cráneo, merced á algún golpe de maza, y en tal estado, se levantase un día con más presión en el cráneo que de ordinario, imitando á la celeste princesa, si bien en opuestos extremos.

Pónese una mesa espléndida, á la cual se sienta el extranjero al lado del castellano; junto á ella se coloca un féretro, y pronto aparece una mujer con velo y vestida de negro, á quien sirve el féretro de mesa, bebiendo en el cráneo de un esqueleto, que le presenta un criado, vestido también de negro.

Espigadillo de cuerpo, tenía las piernas delgadas, pero de buena forma; la cabeza más grande de lo regular, con alguna deformidad en el cráneo. En cuanto á su aptitud para el estudio, llamémosla verdadero prodigio, asombro de la escuela, y orgullo y gala de los maestros. De esto hablaré más adelante.

Rindiola el cansancio después de medianoche; se acostó vestida, cerró los ojos tratando de adormecer el dolor de cabeza, y entonces revivió bajo su cráneo, entre la vibración de los nervios encefálicos, todo lo acaecido desde que el escribano se presentó en su casa para prenderla.

Negros los rostros y la frente roja, La mano herida y como sierra el sable Llevaba aquella hueste formidable, Fugitiva del campo del honor. Envueltos en banderas argentinas Conducian los restos de un soldado, Y brillaba en su cráneo descarnado La aureola que al mártir coronó.

En el mismo instante sonaron varios tiros de revólver y vió cómo saltaban hechos pedazos los vidrios de las ventanas y de las dos puertas del boliche. Surgieron por estas aberturas, lo mismo que proyectiles, botellas, vasos, y hasta un cráneo de caballo. A continuación aparecieron algunos gauchos amigos de Manos Duras, que marchaban de espaldas disparando sus revólveres.

Colocaos nuevamente vuestro grasiento sombrero sobre vuestro cráneo pelado, enjugaos las gotas de sudor que brillan sobre vuestros rojos carrillos, como el rocío sobre dos peonías en flor, y haceos quitar cuanto antes las manchas relucientes de vuestro respetable traje negro! Pero el buen hombre estaba demasiado emocionado para entrar en funciones sin demora.