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Actualizado: 8 de junio de 2025


No ha sido Dios servido de depararme otra maleta con otros cien escudos, como la de marras, pero no te pena, Teresa mía, que en salvo está el que repica, y todo saldrá en la colada del gobierno; sino que me ha dado gran pena que me dicen que si una vez le pruebo, que me tengo de comer las manos tras él; y si así fuese, no me costaría muy barato, aunque los estropeados y mancos ya se tienen su calonjía en la limosna que piden; así que, por una vía o por otra, has de ser rica, de buena ventura.

Cuando algún imprudente tocaba este asunto en visita, todas ellas decían que mientras viviese su padre les costaría mucha pena el casarse; que les parecía cruel abandonar a un pobre anciano que tanto las quería y tanto se sacrificaba por ellas, etc... Aquí venía un elogio caluroso de las dotes espirituales de D. Cristóbal.

Viendo el Padre Lucas que era justa su demanda y que sus corazones estaban tan inclinados á lo bueno, hizo el día siguiente al romper del alba enarbolar una grande cruz, aunque mal compuesta de dos leños toscos atravesados y rodeado de muchos niños, mujeres y soldados hizo oración delante de ella, representando á Dios Nuestro Señor los méritos de la muerte de su Hijo Jesucristo que le recordaba aquella cruz, pidiéndole por ellos no se negase á su piedad paternal y á la grande necesidad de aquellos miserables, enviándoles una lluvia que no le costaría más que una insinuación de su voluntad para ganar aquellas almas por las cuales su unigénito Hijo había derramado su sangre sobre la tierra.

El intento, si se realizaba, costaría un sentido; pero ¿qué tenía que ver ella con ese prosaico y vulgar detalle? ¿No era rica? ¿No daban sus caudales para todo? ¿No era el intento noble y, amén de noble, impuesto por la ley inexorable... «de las cosas»? Pues habría teatro doméstico, y lindo y elegante, como el mejor de su especie; y para lograrlo así y lo más pronto posible, conferenciaba a menudo con el mismo arquitecto que le había trazado y dirigido las obras de su casa, y con su hija para la formación, digámoslo así, de la troupe aristocrática que había de debutar en él, a más tardar en la próxima noche de Año Nuevo.

No es, pues, difícil matar a una persona, pero es casi imposible hacerlo impunemente. Yo podría indicar a usted el medio de envenenar a veinticinco personas a la vez, en una habitación cerrada, sin darles ningún brebaje. El ensayo no costaría ni dos reales, pero al asesino le costaría la cabeza.

Contestéle que los sucesos darían prueba de ello; pero mientras no llegára la expedición de armas encomendada al Cónsul Wildman en uno de los puertos de China, nada podría hacer; pues sin armas cada victoria costaría muchas vidas de valientes y temerarios revolucionarios filipinos.

Al verme llegar temblaban los dueños de los Casinos, los empleados y hasta las mesas verdes. «¡Viva el vengador!», gritaban en el atrio los que habían perdido su dinero. Pero yo pasaba adelante, impasible como un dios, sin hacer caso de estas ovaciones de la canalla. ¡Figúrese usted lo que le costaría ganar al poseedor del secreto de los errores infinitesimales!

»Mientras tanto, mi madre contaba impacientemente las horas sin recibir ninguna noticia consoladora y abandonándose a toda la amargura de sus temores, menos terribles que la verdad, cuando un tumulto confuso que subía de la calle, el redoble de un tambor periódicamente interrumpido, y el rumor sordo de los pasos de un piquete... Perdone usted, señor Gastón, que llore delante de usted, me costaría demasiado contener mi dolor... La pobre escucha con ansiedad, corre, baja velozmente la escalera, atraviesa la plaza, empuja a la multitud, llega al destacamento, mira, lanza un grito y cae.

Ya no me importaba que se hiciera la luz entre los dos. Deseaba casi una explosión aunque ella hubiera de aterrarla; cuanto a su tranquilidad, que una ciega y mortífera indiscreción podía destruir, la tenía olvidada por completo. Fue aquélla una crisis humillante, que me costaría mucho trabajo referirle a usted. Apenas sufría, de tal modo estaba imbuido de una idea fija.

¡Bravo, mon garçon! gritó el arquero riendo á carcajadas. Ya sabía yo que de haber un hombre en el corro no me costaría trabajo descubrirlo. ¿Conque quieres abofetearme, eh? Pues mira, otra cosa te propongo. Una lucha en regla. No á puñadas, porque yo tengo mi plan y no quiero echar á perder esa cara de pascua que Dios te ha dado.

Palabra del Dia

irrascible

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