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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Y sin embargo, ¡cuánto se amaban! Su cariño era antiguo. Databa de cuando Demetria, niña de nueve ó diez años, iba con su padre á Peña-Mea. Porque el tío Goro poseía en aquellos campos, no lejos de la Braña, una cabaña con su establo y alrededor un prado cercado. Allí solía llevar parte de sus vacas en los meses de calor: pacían el prado y las yerbas pertenecientes á los pastos comunales del concejo de Laviana: retirábalas al llegar el mes de Octubre. Generalmente solía dejar á su cuidado un criadillo, pero una ó dos veces por semana iba él allá á enterarse de lo que ocurría y llevar provisiones de boca al pastor. En estas excursiones le acompañaba alguna vez Demetria cuando tenía menos años. Ningún placer más grande para la niña que salir con su padre antes que rayase el alba, pasar el día entero jugando sobre aquellas montañas y regresar á la noche cargada de zampoñas, jaulitas para grillos y huevos de buitre. Todas estas cosas y otras más le proporcionaba Nolo, que apacentaba las vacas de su padre cerca de las del tío Goro. El mancebo de diez y seis años y la niña de diez se trabaron con estrecha y cariñosa amistad. Ella gozaba siguiéndole cuando se metía por entre los zarzales en busca de nidos ó cortaba ramas de saúco para hacer flautas ó varitas finas de salguera para fabricar jaulas.

Al principio, la guerra cortaba el sueño, hacía intragable la comida, amargaba el placer, dándole una palidez fúnebre. Todos hablaban de lo mismo. Ahora, se abrían lentamente los teatros, circulaba el dinero, reían las gentes, hablaban de la gran calamidad, pero sólo á determinadas horas, como algo que iba á ser largo, muy largo, y exigía con su fatalismo inevitable una gran resignación.

Desaparecía en los últimos peldaños el extremo de las elegantes faldas, cuando sonó una tos que todos conocían en la casa. Era el tío que llegaba, anunciándose, como siempre, con un carraspeo que le cortaba las palabras, y que, según doña Manuela, sólo tenía por objeto el darse tiempo para pensar las contestaciones.

A medida que ella le iba nombrando las flores las cortaba él dócilmente, alguna vez se equivocaba y la viuda le reñía... De pie en medio de los caminillos del jardín, al viento los cabellos, relucientes los ojos en la sombra de su sombrero de paja, la señora Liénard, apretando contra el pecho el ramo ya voluminoso de sus flores, le iba dando sus indicaciones con voz límpida y musical.

Me bastaba saber que todavía estaba viva, porque cuando la traje a tierra creí que ya era inútil todo auxilio humano, y que el cobarde atentado de su vulgar amante había tenido éxito. Tiritaba y se estremecía de la cabeza a los pies, pues el viento de la noche cortaba como un cuchillo, y, al fin, por indicación mía, se puso de pie y, apoyándose pesadamente sobre mi brazo trató de caminar.

¡Ah! bueno repuso el squire, dejándose caer pesadamente en su sillón y hablando con una voz pesada y catarrienta, lo que era considerado en Raveloe como una especie de privilegio de su rango, mientras cortaba un trozo del buey y se lo daba al perro corredor que había entrado con él . Llamad para que me traigan mi cerveza, ¿queréis?

A ratos le dió también por ejercitarse en el microscopio: hizo traer uno costoso de Alemania y comenzó a examinar diatomeas y a prepararlas admirablemente sobre unos cristalitos que él mismo cortaba.

Avenidas y calles formaban un entrecruzamiento regular de blancas cintas. Notábase en ellas el movimiento humano como un tenue hormigueo. A trechos lo cortaba el rápido deslizamiento de algunos puntos brillantes: automóviles y tranvías.

Y esto era lo que no perdían de vista don Sabas y los que, aunque no tanto como él, eran muy entendidos en aquella casta de nublados; y por esto husmeaba el Cura el paisaje con avidez, y cortaba las apuntadas conversaciones con mandatos secos de avivar la marcha.

No quedó trasto que no removieran, y para separar de su sitio la cómoda, que era pesadísima, estuvieron haciendo esfuerzos varoniles cosa de un cuarto de hora, no acabando antes porque la risa les cortaba las fuerzas. Por fin, tanto trabajaron que cuando Sor Marcela salió de la iglesia, una monja le dio la feliz noticia de que el ratón había sido cogido.

Palabra del Dia

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