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Actualizado: 5 de noviembre de 2025
En seguida, la mujer se quitó la mantilla, la tendió en el suelo, se retiró un paso, y con la misma voz con que acababa de pedir una oración para el finado, Para los dolientes, á cuatro cuartos dijo, mirando á todos. Eso es poco contestó un hombre. Somos muchos añadió otro. Á rial volvió á decir la mujer. Curriente replicó el coro.
¡Por Dios, señoritas, no deberían ustedes salir con este tiempo! Será mejor que me dejen mandar un recado al Instituto y les arreglaré aquí una buena cama. Mas la última frase se perdió en el coro de chillidos medio ahogados que arrojaban las niñas, agarradas de la mano, lanzándose en mitad del temporal, y muy pronto fueron envueltas en el torbellino huracanado.
La luz de la tarde, filtrándose por los ventanales, extendía sobre el pavimento grandes manchas tornasoladas. Los sacerdotes, al pisar esta alfombra de luz, aparecían verdes o rojos, según el color de las vidrieras. En el coro cantaban los canónigos para ellos mismos en la triste soledad del templo.
Algunas veces, por frases que se le escapaban, daba a entender que no quería bien al clero, mas nunca salían de sus labios improperios ni frases agresivas; y si alguien las pronunciaba en su presencia, no sólo se abstenía de hacerle coro, sino que procuraba torcer el giro de la conversación.
Y nada diré de tu voz; nuestro coro pierde contigo el mejor de sus cantores. Sonrióse complacido el doncel y dijo: Á la paciencia del buen hermano Jerónimo debo también el oficio de grabador, que he aprendido pasablemente y llevo hechos muchos trabajos en madera, marfil, bronce y plata. Con Fray Gregorio he aprendido á pintar sobre pergamino, metal y vidrio.
¡Adiós! ya se disparó... exclamó Marenval con desesperación. ¿Quién detiene ese molino de palabras? ¡Cállate! gritó el coro de convidados. ¡Tragomer! ¡Tragomer! Y los cuchillos golpeaban los vasos en cadencia, con un ruido ensordecedor.
Algo lejano é indeciso turbó el silencio de la noche deslizándose por el fondo de una de las grietas que cortaban la inmensa planicie de tejados. Los tres avanzaron la cabeza para escuchar mejor... Eran voces. Un coro varonil entonaba un himno simple, monótono, grave. Más bien lo adivinaban con el pensamiento que lo percibían con sus oídos.
A 27 de setiembre del año 1606 estaban tan adelantados los trabajos, que determinó el cabildo se mudasen las sillas y órganos al coro nuevo, y se hiciese el altar mayor.
PANTOJA. ¡Ah! señores de la Ley, yo les digo que Electra, adaptándose fácilmente a esta vida de pureza, encariñada ya con la oración, con la dulce paz religiosa, no desea, no, abandonar esta casa. PANTOJA. Ahora precisamente no. PANTOJA. Tenga usted calma. MÁXIMO. No puedo tenerla. EVARISTA. Es la hora del coro. Quiere decir San Salvador que después del rezo...
¡Fuerte, fuerte, hijos míos! ¡Echad vuestra alma por la boca! ¡Morir ahora con la maldición de Dios y la de su marido! ¿Quién iría a poner una flor sobre su tumba? ¿Quién no miraría con horror la tumba de una pérfida mujer, de una suicida? ¡María! ¡María! clamaba el coro angélico haciendo vibrar el aire con aquel grito anhelante.
Palabra del Dia
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