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Actualizado: 5 de noviembre de 2025
Y sin embargo, esta discorde algazara sin melodía y sin ritmo, más primitiva que la música de los salvajes, es alegre en aquesta singular noche, y tiene cierto sonsonete lejano de coro celestial.
De las manos de un pariente lejano, que le molía a palos y le llamaba hijo de tal y de cual, pasó al servicio de la Iglesia con carácter de monaguillo, y hasta llegó a cantar en el coro de la catedral en funciones de tiple; y esta época fue, según él, la más santa de su vida, sin ser perfecta.
¡Olé, Chiquito! gritaron agitando sus manos cargadas de pedrería. ¡Haup!... ¡haup! Y en discordante coro juntaban sus voces á las de los dos vizcaínos que servían de auxiliares á su barrenador.
Así, cuando llegaron al coro, donde Gracián estaba solo con su fortaleza, los bramidos de la plebe; cuando se oyó distintamente una voz que dijo por aquí; cuando las pisadas de los asesinos sonaron en las baldosas mismas del coro, Gracián no abandonó su recogida postura. Fue preciso, para hacerlo mover, que una mano descortés y ensangrentada le tocase en el hombro.
La otra epifanía ó manifestación constante y gloriosa del Genio de la nación es el arte. Y del arte, el teatro es lo más sintético y acabado. En él concurren y presiden Apolo y todo el coro de las Musas.
Ora dominaba los ecos el canto religioso de toda una comunidad de monjas ó frailes, que parecia comenzar en el coro mismo y luego alejarse en un interminable claustro; ora el canto de guerra, de caza, de victoria, de muerte, de alegría, de esperanza, de tristeza, todo alternativa ó simultáneamente y en admirable armonía.
En el coro había, junto al facistol grande, otro pequeño, pero suficientemente pesado para que no lo levantase con facilidad un solo hombre. Gracián lo cogió con formidable y rápido movimiento. Parecía que arrancaba un árbol del suelo, y al levantarlo asemejose a San Cristóbal apoyado en su palma. Estrépito de carcajadas acogió este movimiento.
A esto atendía yo, cuando de las figuras que aún quedaban de rodillas en el centro del coro se levantó una, dirigiéndose a la reja y al mismo lugar en que yo estaba. Mi impresión al verla, al ver su cara, al ver sus ojos que me miraban, fué tan viva, tan aterradora, que hube de quedar petrificado, la sangre helada, la vida en suspenso, hecho una estatua de plomo.
Y sin embargo de merecer poco encomio como objetos artísticos, no puede negarse que la sillería del coro con su profusa talla, los púlpitos de caoba con sus grupos de pulido mármol al pié, el tabernáculo con sus dos cuerpos y cúpula de variados jaspes, y el retablo con su séria riqueza, forman un conjunto magestuoso, augusto, lleno de pompa, realzados con el oro prodigado en toda la arquitectura del templo, con la espaciosa escalinata del presbiterio, con las losas de Génova del pavimento, con las verjas, postigos y balaustradas de bronce, con la gran lámpara de plata que pende en la capilla mayor, y el altar calado de bronce y plata, cuando antes de analizar una por una las partes de la moderna catedral, se percibe de golpe la primera impresion producida, no por las formas, sino por la nobleza de la materia.
A uno y otro lado de la gran puerta del fondo estaban las sillas de coro de las religiosas, y sentadas en ellas las señoras del consejo: la marquesa de Villasis ocupaba la esquina derecha, teniendo a su lado a la duquesa de Astorga.
Palabra del Dia
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