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Imitaba, esforzándose, la majestuosa sonoridad del coro wagneriano; remedaba con murmullos a flor de labio el rumoroso acompañamiento de la orquesta, y Rafael batía el agua con sus remos al compás de la melodía piadosa y entusiasta con que el gran maestro había impetrado el favor de la poesía popular, saludando la aparición de la Reforma. Iban río arriba, luchando contra la corriente.

Pues parece que jura. Ya no hay vergüenza en España... Pero no veo al obispo de Orense. El obispo de Orense no jura murmuraron las tribunas en rumoroso coro. Y en efecto, el obispo de Orense no juró. Hiciéronlo humildemente los otros cuatro, con mala gana sin duda. La opinión pública en general estaba muy pronunciada contra ellos.

La dificultad debia aparecer mas adelante, cuando se tratase de levantar las bóvedas de la capilla mayor, crucero y coro, á la altura proyectada.

Era el rey madrileño, el rey chispero, el de las corridas de toros y las patillas manolas: «¿Dónde vas Alfonso XII? ¿Dónde vas, triste de ticanta el coro infantil en el azul idilio de la tarde, mientras el rey galán, pálido y muriente, como un lis borbónico, que se marchita, se pierde por las avenidas, seguido de silenciosos cortesanos. El pueblo amaba al príncipe netamente español.

Al pasar por aquellos callejones en caracol, las bandas de mujeres jóvenes y de muchachos nos rodeaban gritando; las mujeres con una amabilidad provocadora se ofrecían a bailar, porque así ganan la vida muchas de ellas; y los muchachos pedían en coro un chavito, como los de Toledo. El que juzgase á esas mujeres por sus apariencias se equivocaría completamente.

A usted le tienen sin cuidado el arte, la empresa y hasta las buenas mozas del coro. Explíquese usted. Lo que a usted le interesa es... la muchacha. Ahora que tiene usted que explicarse repuso don Juan desconcertado. , mi sobrina: y hablando en plata, lo que usted pretende es que yo le ponga en contacto con ella.

¡Arrayua! ¡El Cura! exclamó el cochero en voz alta . Nos hemos fastidiado. Abajo todo el mundo mandó el Cura. Egozcue abrió la portezuela de la diligencia. Se oyó en el interior un coro de exclamaciones y de gritos. Vaya. Bajen ustedes y no alboroten dijo Egozcue con finura.

Los hombres, en los cafés o en el casino envidiaban a Rafael, comentando con ojos brillantes su buena suerte. Aquel chico había nacido de pie. Pero luego en sus casas unían su voz severa al coro de mujeres indignadas. ¡Qué escándalo! ¡Un diputado, un personaje que debía dar ejemplo! Aquello era burlarse de la ciudad.

El primer «paso largo» hacia la Fortuna lo dió Margarita Montansier en Versalles, hallándose de directora en la «Sala» de la calle Sator. Representábase aquella noche una obra de Fabart, titulada «Los Segadores», y el coro cantaba alegremente alrededor de una olla en la que humeaba una sopa de coles.

Inmediatamente se dejó oír en el órgano el preludio de Bach que suele servir de acompañamiento al Ave María de Gounod. Y el coro de niños entonó este canto admirable de amor y de dolor, de angustia y esperanza al mismo tiempo. ¡Suave, hijos míos! Dulcemente... ¡como un murmullo! se oía decir a Reynoso. El obscuro recinto del templo se estremeció.