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Tía Pepilla no quiso llegar hasta el punto donde los devotos bregaban para abrirse paso, y tomó asiento en el último peldaño de la escalinata. Reían los mozos, charlaban las doncellas, regañaban las viejas, y la chiquillería iba de un lado para otro, con incesante ruido de cascabeles y de pitos de agua que remedaban a maravilla los gorjeos de un coro de alondras.

Al hallarse en medio de sus veinticuatro enormes columnas y delante de su coro de severas y ricas esculturas de madera, que se destaca en la sombra de los altos muros tristes y desnudos, se cree uno como encerrado en una catacumba con las osamentas de la edad media.

Pero, señor Macey dijo el pobre Tookey, que había permanecido serio en medio de la hilaridad general , yo me he comprometido a llenar en parte las funciones del chantre de la parroquia a pedido del señor Crackenthorp, toda vez que vuestras molestias os incapaciten, y uno de los privilegios de esas funciones es cantar en el coro; y, si no, ¿por qué no hicisteis vos otro tanto?

Hay otro al mismo asunto en el Coro Febeo de Juan de la Cueva, núm. 555, de Durán. jaco. "Cota de malla de manga corta y que no pasaba de la cintura." Dicc. Acad., 14.^a edic. Cfr. v. 492: "en el engaño que cobras". las mías. El pronombre representa a plantas en una nueva acepción, como en Quij., I.^a, XXVII: "os ruego que escuchéis el cuento, que no le tiene, de mis desventuras."

Su hermana no le abandonaba. Acosábalo con atenciones, y hasta había logrado hacerle tragar una copa de coñac. Visanteta acababa de servir el café a los dos señoritos recién llegados, cuando la llamó su ama. Di a Adela y a Nelet que entren. Toda la servidumbre de la casa se plantó a estilo de coro de zarzuela ante el sillón de la señora.

De pronto, mujer, paisaje y fuente, se deshicieron como humo ingrávido, el espacio quedó vacío, y en la atmósfera desierta, pero alumbrada por un sol invisible, sonaron muchos ruidos diferentes que juntos simulaban un coro de mujeres burlonas.

Otras veces, cuando el grupo es demasiado numeroso, se acogen a los pasacalles tradicionales de la villa, que son infinitos y deliciosos. Fué lo que hicieron en esta ocasión. El Duque quedó sorprendido al escuchar aquel coro de frescas voces repitiendo sin cesar coplas inocentes como éstas: En la torre más alta del amor me vi; falsearon los cimientos, pero no caí.

Es la mejor hora: Esteban está en el coro y tendrás tiempo para arreglar esto... Tres días he pasado allá. ¡Ay, Gabriel, hijo mío! ¡Qué cosas he visto! ¡En qué lugar estaba esa pobre chica! ¡Qué infiernos hay para las pobres mujeres! ¡Y aún dicen que somos cristianos! ¡Un demonio es lo que somos...! Gracias que yo tengo mis conocimientos en la corte: gentes de campanillas que han estado en la catedral y se acuerdan de la jardinera.

Cuando el indio pronúnciale al despuntar la aurora, sabe que ese mundo inocente, nácar, perlas, humildes conchas, hace coro con él desde el fondo de los mares. Comprendo perfectamente que en presencia de la perla, el alma ignorante y encantadora de la mujer, sueñe y se conmueva sin saber por qué. Dicha perla no es ni persona ni cosa: hay en ella todo un mundo de conjeturas.

En Roma aprobaron todo lo hecho por el cardenal, y Su Eminencia rugía de júbilo en su palacio, con la fiera impetuosidad que mostraba en todas sus expansiones. Los canónigos, al entrar en el coro, iban con la cabeza baja, como avergonzados y temerosos. Pero ¿ha visto usted...? se decían al desvestirse en la sacristía.