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Actualizado: 11 de septiembre de 2025


¿Cómo sabéis vos lo de las cartas? repitió doña Clara. Yo, señora... como tengo mujer... como tengo una hija... ¿Pero qué tienen que ver en esto vuestra mujer y vuestra hija? Tienen... porque me obligan á pensar en ser rico... ¿Pero no me comprendéis? ¡no os pregunto eso! ¡nada me importa eso! Es que, señora, como quiero ser rico, trato con ese Gabriel Cornejo.

Para él, á quien habían fascinado las coincidencias casuales del relato de Gabriel Cornejo, con la carta de palalacio y con las impacientes preguntas de su sobrino postizo acerca de la reina, era indudable que Juan había tenido un buen tropiezo; que, en fin, la reina le amaba ó le deseaba... pero todo esto se hacía duramente inverosímil al cocinero mayor, porque, en efecto, lo era; y sin embargo, creía tener pruebas indudables: aquella carta que había venido á sus manos por conducto de una dueña de palacio y con todas las señales de provenir de la reina; las medias palabras de su sobrino; el aspecto extraño, la sobreexcitación que en él había notado, todo contribuía á hacerle creer lo que no quería creer, porque lo que repugna fuertemente á la razón, lo rechaza enérgicamente la voluntad.

Aquella misma tarde el tío Manolillo, el bufón, había ido á preguntar al tío Cornejo cuánto quería por matar á un hombre principal; y como el tío Manolillo es pariente, ó amante, ó no se sabe qué de la comedianta, y como la comedianta tiene celos de la reina, y como don Rodrigo Calderón es un hombre principal...

Lo haremos á medias, ó mejor dicho á tercias, entre vos, la señora María y yo: quinientos doblones cada uno. ¿Y para eso me habéis buscado, me habéis entretenido y me habéis mentido tanto? dijo levantándose Montiño con visibles muestras de despedir á Cornejo.

Levantóse renegando Melchor, acabó de tragarse los dos últimos bocados de pan y queso, bebió agua, se limpió la boca con el revés de la mano, tomó su capa y su sombrero, y dijo á su mujer. ¿Conque á casa del señor Gabriel Cornejo? ; él os dirá, señor, cuánto puede dárseos por esta alhaja. Muchas gracias, señora, y adiós, y quedad en paz, que estoy de prisa. Melchor y don Juan salieron.

Ese Gabriel Cornejo, que á más de usurero y corredor de amores, es brujo y asesino, sabe por torpeza mía un secreto. ¡Un secreto! Sabe que yo quiero ó quería matar á don Rodrigo Calderón. Sabe además otro secreto por otra torpeza de Dorotea, esto es, que don Rodrigo Calderón tiene ó tenía cartas de amor de la reina.

Os juro, señora, que yo no he tenido la menor parte... que cuando Cornejo se atrevió á indicarme que su majestad había escrito cartas de amores á don Rodrigo... le desmentí... le desmentí con toda mi alma, porque yo que su majestad es una santa... Y, sin embargo, engañado por las apariencias, habéis creído que su majestad amaba á... ese don Juan... á ese vuestro sobrino postizo...

A poco fueron buscadas sus estatuas en Sevilla, recibiendo numerosos encargos de obras, algunas de ellas importantes. Así fué, que al construirse el retablo mayor del Sagrario de la Catedral en 1706, por Jerónimo de Barbás, Duque Cornejo trabajó en su adorno, y más tarde, hizo los ángeles y figuras de uno de los órganos de la Catedral, construído hacia 1724.

Ninguno de estos reconocimientos lleva el carácter de científico, y vano seria buscar en ellos los elementos necesarios para determinar el estado normal del rio, las causas y los efectos de sus alteraciones, la fuerza de las corrientes, los vientos periódicos ó dominantes, los auxilios ú obstáculos que presentan á la navegacion; siendo hasta problemática la verdadera profundidad de las aguas, que Morillo y Cornejo regulan, cuando menos, en 3 varas, mientras que Soria y Descalzi la reducen de 20 á 25 pulgadas.

¡Ah! ¡Un ensalmador de condenados, reparador de injurias y falsificador de doncellas! Conozco al tal. ¡Pero vos conocéis á todo el mundo, don Francisco! dijo Dorotea. Conócenme á todos; no es mía la culpa; el que en enredos anda, enrédase. Yo creo haber oído hablar de ese Cornejo dijo Dorotea.

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