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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Es mejor parecerse a una planta delicada que a un hombre malogrado repliquele. Pero mi tía creía firmemente que había sido una belleza y no soportaba bromas al respecto. He sido linda, señorita; tan linda que a mi y a mi hermana los vecinos nos llamaban unas diosas. ¿Su hermana se parecía a usted, mi tía? Mucho; éramos mellizas. ¡Qué desgraciado sería su marido! dije yo con tono convencido.

Ni Santo Tomás, ni San Agustín, ni Fenelón, ni Pascal me han convencido. Por consiguiente, ninguno de ustedes me convencerá. Usted no tiene más respetabilidad para que la que le preste su carácter y sus obras. De su ciencia y de la de todos sus colegas, obispos y arzobispos me río a carcajadas.

Y él, convencido de su éxito, se empequeñecía, se humillaba ante el oficiante, como un simple acólito, mirando algunas veces al público con el rabillo del ojo para que no perdiese ni el más pequeño detalle de su religiosa abnegación.

Harto sabía él que lo de la fiebre o delirio de la carnerada no era fábula. Por otra parte ¿qué adelantaba con seguir en Río? La carta de Rafaela era feroz, pero él desistía de vengarse de ella villanamente. Y pretender o exigir de nuevo reconciliación, ya con súplicas, ya con intimidaciones, estaba convencido de que era inútil. En Río, además, donde el Sr.

Pero lo que no puede dudarse es que D. Lesmes quedó en aquel instante tan profundamente convencido de ello que se puso serio de repente, dejó escapar un suspiro y acariciando con su mano temblorosa el cuello de la jaca exclamó: ¡Ay, Florita, qué hermosa... qué hermosa eres!... ¿Estarás muchos días en Entralgo? Algunos todavía.

Miró el viejo á todos lados, y convencido de que estábamos solos, dijo con sonrisa bonachona: Yo iba en él, ¿sabe usted? Esto no lo ignora nadie en el pueblo; pero si yo se lo digo es porque estamos solos y usted no irá después á hacerme daño. ¡Qué demonio! Haber ido en El Socarrao no es ninguna deshonra.

Pero por más que aguardaba, el otro en lo menos que pensaba era en acudir a la cita. Así pasó la noche, y al clarear el alba, convencido de que su contrario no vendría, iba a retirarse cuando oyó ruido en la enramada y mandó que saliese al frente, quienquiera que fuese. Era el soldado y obedeció. «¿Qué haces ahí?», preguntó el rey.

Trabajaba de noche á noche; cuando toda la huerta dormía aún, ya estaba él, á la indecisa claridad del amanecer, arañando sus tierras, cada vez más convencido de que no podría con ellas.

Conocía su carácter generoso, su espíritu noble; por eso estaba convencido de que en esta ocasión, como en tantas otras, se sacrificaba por los demás. Ahora bien, este sacrificio no era admisible; podía considerarse como un pecado. La honra no nos pertenece; es un depósito que Dios nos confía y que tenemos la obligación de defender.

He acabado conmigo mismo, contigo y con el mundo entero. ¡Si supieras por lo que he pasado en estas seis últimas semanas!... Desde que salí del molino no he dormido bajo techo, porque estaba convencido de que el techo me aplastaría... ¿Pero, en nombre del cielo, qué tienes?

Palabra del Dia

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