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¡Cuánto marido tolerante que entrega su mujer a la garra de los halcones y que se sitúa en el buffet con el sentido práctico de un convencido!

Respondía con la misma sonrisa protectora a cuanto se le manifestaba, y repetía sin cesar frases de agradecimiento y amistad. Convencido al fin de que era inútil insistir, el insigne cuanto atribulado don Rosendo, fué con el mismo Duque y su secretario a ver las habitaciones de la fonda de la Estrella, la única decente que había en la villa. Alquilaron todo el piso principal.

Por la obstinación con que sostuvo este plan y por el modo resuelto y habilidoso con que iba descartando las dificultades que a él se oponían, entendí que lo tenía muy meditado. Quedé convencido de que, a pesar de lo dicho, había madrugado tanto como yo a pensar en nuestro matrimonio.

Allí andaban todos los siglos, todas las épocas, todas las costumbres, con un dudoso sincronismo si se quiere, pero con un brillo deslumbrador de primer efecto, ante el cual el más preparado tenía que cerrar los ojos y declararse convencido de que el doctor Montifiori era en todo un hombre de mundo.

Y el mismo autor añade «que llegando á la presencia de la Virgen, y puestos los ojos en ella, le dijo la mujer: Señora mía: Vos sois testigo de que este hombre, invocando á vos, me dió palabra de ser mi marido, y mediante ello me obligó. Dicho esto, la imagen bajó la cabeza como afirmando la verdad de lo que la mujer decia, y el caballero quedó convencido

González le hizo ver un sombrero que uno de sus parroquianos había encontrado junto al río, lejos del campamento. El ingeniero lo reconoció inmediatamente. Era el que llevaba Torrebianca. Estaba convencido, desde mucho antes, que su compañero no figuraba ya entre los vivos.

El estaba convencido: trabajar, no podía, de ninguna manera; sujeto a un sueldo, sin porvenir, vegetando, aunque no tuviera que mover los brazos, como Jacinto, tampoco... Soy más canalla de lo que yo creía se dijo; me parece que tengo miedo, y por eso me vienen estas ideas de encadenarme a la vida... ¿miedo de qué, estúpido? si es cuestión de un momento: se mueve el dedo y ¡zas! ya está.

A pesar de esto, estaba convencido que era la mismísima tía Silda, la que acababa de entrar: y no volvía en , te lo juro; ver lo que yo había visto, era para dejar patitieso a cualquiera, ¡figúrate! Y me devanaba los sesos, pensando: ¿qué habrá pasado en la calle Moreno? una desgracia, sin duda.

Yo no le diré palabra. Puede usted retirarse. De nuevo quiso contestar el incógnito personaje, pero don Gaspar salió de la estancia, dejándole condenado al más rabioso silencio que imaginarse puede, y plenamente convencido de que era hombre capaz de realizar cuanto decía. Apenas habían transcurrido dos meses, cuando Helena comenzó a ser lo que era antes.

Iriberri me dijo que la urca en donde navegó mi tío se llamaba El Dragón y que era de una Sociedad franco-holandesa, y me dió tales detalles, que quedé convencido. Según él, mi tío, si no se había escapado o no había muerto, seguiría en presidio. Su final lo desconocía, pero era indudable que mi tío, después de andar en algún barco negrero o pirata, había sido preso.