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Actualizado: 3 de junio de 2025
Si llego a encontrarme desprevenido, a estas horas me tendrías aún gimiendo amargamente en el fondo de una mazmorra. Y para convencerle, le conté al amigo mi experiencia personal. Fue en Barcelona, hará cosa de unos dos años.
¡Y vamos! que eso de casarse no sucede todos los días... y es natural que trastorne un poco... es cosa grave, muy grave, ya me lo avisó el Padre Urtazu..., y así es que yo anoche no pegué ojo, y conté todas las horas, las medias y los cuartos que dio el cuco de la antesala... a cada campanada que oía.... ¡tam, tam!, exclamaba yo ¡maldito! aguárdate, que voy a taparme la cara con las sábanas, y a llamar el sueño, y no volverás a hacer de las tuyas..., pero ni por esas.
Cuando el toro sucumbe, se presenta un episodio que armoniza con los combates mismos. En medio de la gritería que aturde, á causa de la ovacion ó de la rechifla, segun el caso, aparecen tantas parejas de mulas bravías cuantos cadáveres hay en la plaza. Aquel dia conté en las seis corridas quince caballos muertos ademas de los seis toros.
¡Hombre, si viera usted lo que se ha reído el padre Talavera cuando le conté lo del bailoteo de esta tarde! me dijo D. Nemesio al entrar en casa. Quedé clavado al suelo. ¿Pero ha ido usted a contar al padre Talavera?... preguntele con acento alterado. Le encontré sentado delante de su fonda con otros clérigos y echamos un párrafo. Es una persona muy campechana y muy corriente.
No hay duda dije yo, al notar, mientras estaba agachado, recogiendo el resto del paquete, que todas ellas, tanto por el anverso como por el reverso, tenían catorce o quince letras escritas, en tres columnas, todas, por cierto, enteramente ininteligibles. Las conté. Formaban un paquete de treinta y una cartas, faltando el as de copas, que habíamos encontrado antes.
Llevado de la curiosidad bajé tambien un dia, y en una estension de trece pasos regulares de longitud con diez de ancho conté diez columnas, que formaban como un templete rectangular. Cuatro hay á cada lado y una en cada uno de los centros de las cabeceras del cuadrilatero.
¡Ah, qué contenta estoy! exclamé saltando. ¡Cómo os quiero, señor cura! Todo esto está muy bien, Reina; pero has cometido una grave falta. Te has introducido en la biblioteca con riesgo de desnucarte, y has leído libros, que probablemente yo no te hubiera dado nunca. ¡Walter Scott, señor cura; son de Walter Scott! Mi literatura habla muy bien de él. Y le conté todas las impresiones.
Yo, que siempre guardé el comun decoro En las cosas dormidas y despiertas, Pues no soy Troglodita ni soy Moro; De par en par del alma abrí las puertas, Y dexé entrar al sueño por los ojos Con premisas de gloria y gusto ciertas. Gocé durmiendo quatro mil despojos, Que los conté sin que faltase alguno, De gustos que acudieron á manojos.
¿Cómo es eso? preguntó la abuela incrédula. Le conté lo que había pasado con Francisca a propósito de San Pablo y el presentimiento que yo tuve de lo que podría hacer la vieja cocinera. ¿Y qué ha dicho el señor cura? pregunté. Estaba tan divertido por esta petición poco común, que no pensaba en decir su opinión. Mira la carta que me ha dado para Celestina. Léela; no está cerrada.
Y hay más: me pongo en ese estado singularísimo de mi cabeza y de mis nervios, que... Ya te conté que en ciertas ocasiones de mi vida se apodera de mí un deseo intenso de ver la imagen de mi pobre madre como la veía en mi niñez... Pues en cuanto arrecia la tiranía de Pantoja, ese anhelo me llena toda el alma, y con él siento la turbación nerviosa y mental que me anuncia...
Palabra del Dia
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