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Actualizado: 3 de junio de 2025
Yo conté lo mejor que pude mi viaje con don Ciriaco. Después vinieron unas cuantas amigas de Dolorcitas. Yo estuve hablando con doña Hortensia, que se mostró muy amable conmigo. A media tarde don Ciriaco me llamó. Vamos, Shanti me dijo. El ama de la casa me advirtió que todos los domingos y días de fiesta estaba invitado a comer allá. Si no iba, preguntarían por mí y me llevarían a la fuerza.
No se podía ya con aquel bárbaro, que no cesaba de rogarme, con la cabeza gacha, los ojos cerrados y sobándose las manos, que acabara de dar licencia a la mozona para «echar aqueyu a un lau, cuanti más antes». Enseguida abordé a Chisco, le conté el caso y le dije: Y tú ¿te resuelves o no te resuelves a lo mismo?
Mirome el primero con penetrante encono, el segundo con altanero desdén y el tercero con curiosidad. Señora dije a la condesa usted se ha exaltado sin razón, interpretando mal un hecho que en sí no tiene malicia alguna. Y le conté lo ocurrido, disfrazando de un modo discreto los accidentes que pudieran ser desfavorables a las pobres niñas.
Demasiado franca para ocultarle mi dolor, y excesivamente orgullosa para descender hasta el reproche, le conté fríamente lo que había visto y oído, prometiéndole, no obstante, guardar un secreto del que dependía su vida.
Ugarte vio que la señorita de la casa me manifestaba simpatía, y, llevado por uno de sus movimientos de rabia y de envidia, escribió al capitán Sandow, diciéndole que yo iba entablando amistades con su hija, que los tres éramos piratas, que veníamos escapados de los pontones. El capitán Sandow me llamó y le conté lo que nos había pasado, sin ocultarle nada.
Y el señor de N... mozo de mérito y muy inteligente. ¡Bah! le conté los cabellos y ¡no tenía más que catorce! ¡A los veintiséis años! ¡Ah!... ¿y el pequeño D?... No me gustan los trigueños. Y luego, es una nulidad completa. Una vez casado, querría a su persona, a sus corbatas, a mi dote y nada más. Te concedo todo eso. Pero vuelvo al barón de Le Maltour; ¿qué le reprochas?
Por si no me equivocaba, conté la historia de Luz desde que tuvo uso de razón, desde el día en que vino al mundo; su carácter, su inocencia; mis incesantes afanes porque la conservara, porque no supiera jamás entre qué inmundicias había caído..., en fin, porque no se pareciera a su madre ni tomara en su ejemplo la menor disculpa para no ser buena, si algún día se obraba milagro de que aquel corazón tan puro llegara a corromperse: de todo esto hablé; y después de hablar de ello, hablé de sus extrañas fantasías, origen de unos amores que, por nacer como nacieron, parecían providenciales; de mi súbito cambio de costumbres, de mis esperanzas..., de mi soñada felicidad, que sólo consistía en que jamás turbara la de Luz el ruido de los escándalos de su madre.
¿Yo gallego, so z...? bramé furioso . Ni soy gallego ni he estado en mi vida en Galicia. Por segunda vez, como San Pedro, negué a mi tierra, y casi en los mismos términos. Estaba muy locuaz. Les conté todos los chascarrillos que sabía y les recité una tirada de versos de mi cosecha. La ex novia del Saleri me preguntó si era escribano. Escritor querrás decir, prenda. Bueno, es igual.
No quise enseñar esta carta al señor Fernández, ni hablé de ella; pero Gabriela que me vió pensativo y triste inquirió la causa de mi abatimiento, y yo le conté todo. ¡Pues dígaselo usted a papá! Me negué a ello. No era necesario. Más tarde sería preciso ir, cuando la situación fuese verdaderamente grave. Así las cosas llegó el Miércoles Santo.
Al día siguiente, encerrado con el general en uno de los dos kioscos del jardín, le conté mi lamentable historia y los motivos fabulosos que me impulsaron a venir a Pekín. El héroe me escuchaba silencioso, retorciéndose sombríamente su espeso bigote de cosaco. ¿Sabe usted el idioma chino? me preguntó de repente, clavando en mí sus pupilas sagaces.
Palabra del Dia
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