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No era fácil que mi enemigo me cogiese desprevenido como la otra vez; contaba con una policía espontánea que vigilaba mis pasos. Mi madre estaba deseando que me casara cuanto antes, pero había que pedir dispensa por razón de parentesco; en la fe de bautismo de Mary aparecía como hija legítima de Juan de Aguirre y Lazcano.

¡Cómo! Hay quien lo sabe, y quien lo murmura... lo que hoy es un rumor sordo, será mañana un estruendo, y un estruendo tal, que no podrá menos de oírlo el rey... ¡si para entonces estáis desprevenido!... Pero yo no he pensado... yo no he hecho...

Pase llegué a decirles , que Pepazos, que está «allá» desde anoche, solo, desprevenido... ¡Pero los otros!... bien pertrechados de medios de defensa, con víveres abundantes... En fin, que de éstos casi respondo yo.

Por aquel tiempo se circuló la noticia del armisticio, y el nuevo jefe delegando sus funciones al general Pedro Leon Torres mientras su ausencia, pasó inmediatamente á Guayaquil, donde le llevaba la idea de organizar nuevas tropas para que la próxima campaña no le cogiese desprevenido.

Si llego a encontrarme desprevenido, a estas horas me tendrías aún gimiendo amargamente en el fondo de una mazmorra. Y para convencerle, le conté al amigo mi experiencia personal. Fue en Barcelona, hará cosa de unos dos años.

Conservan por largo tiempo en su pecho la memoria de las injurias recibidas, y aunque sientan partírseles el corazón de dolor y rabia, lo esconden y encubren disimuladamente con un semblante enteramente alegre, esperando coger al enemigo desprevenido para hacer con más seguridad el tiro.

Ambas cosas eran creíbles. «Si lo primero pensaba Pepe nada hay en ello de particular: si lo segundo, malo será que mi hermano empiece así, poquito a poco, y acabe pretendiendo que nos hundamos la tabla del pecho a puñetazos. Sea lo que fuere, no estoy desprevenido: ello dirá

«¿Sabes le dijo que mi hijo Melchor ha emprendido un gran negocio? Llegó aquí el mes pasado. Por cierto que me cogió desprevenido. Yo le creía en la Habana. Pero el Capitán General le quitó el destino a los veinte días de haber tomado posesión de él y me lo embarcó para la Península... Intrigas políticas... envidias y miserias.

Se sentó en su escaño habitual, y sin oír nada de lo que sus compañeros discutieron aquella tarde, se preguntó con el pensamiento más de cien veces: «¿Qué habrá hecho ese muchacho?» A la hora de comer dijo a su hija: Creo que me van a comprometer para que hable. Por supuesto, que no me cogerán desprevenido.

La sangre se agolpó con furia a su rostro, y emprendió de nuevo la marcha, vacilante, hacia casa. Como estaba tan desprevenido, aquel desprecio fué una puñalada que le llegó a lo más vivo. Llegó a casa en un estado de agitación deplorable. Aunque se sentó a la mesa, haciendo esfuerzos por calmarse, el estómago, repentinamente turbado, no quería admitir los alimentos.