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Actualizado: 23 de julio de 2025
Tenía el título de consejero de Comercio, y para sus compatriotas era Herr Comerzienrath, así como su esposa se hacía dar el título de Frau Rath. La «señora consejera», mucho más joven que su importante esposo, había atraído desde el principio del viaje la atención de Desnoyers.
Si alguna locura he hecho en mi vida, ella ha sido la consejera... Es la juventud que renace en nosotros; la locura que nos hace la visita anual... ¡Y yo, fiel siempre a ella; adorándola; aguardando su llegada cerca de un año en este rincón para verla aparecer con su mejor traje, coronada de azahar como una virgen, una virgen malvada que paga mi cariño con golpes!... Mire usted cómo me ha puesto.
La patria alemana era grandiosa por la fecundidad de sus mujeres. El kaiser, con sus hipérboles de artista, había hecho constar que la verdadera belleza alemana debe tener el talle á partir de un metro cincuenta. Cuando entró Desnoyers en el fumadero para ocupar el asiento que le reservaba la consejera, el marido y sus opulentos camaradas tenían la baraja inactiva sobre el verde tapete.
No, Gabriela: ¿a quién mejor que a usted pudiera yo confiar uno de esos secretos que no se pueden guardar mucho tiempo? Hable usted, Rodolfo, hable usted. Una amiga como yo suele ser buena consejera.... ¿Hay enojos en la niña? Pues contarlos a esa amiga. ¿La niña está contenta? ¡Pues decirlo!... ¿Padece usted?... ¡Pida consuelo!... ¿Es usted feliz? La felicidad es expansiva y franca.
Trátanla como á madre, como á hermana, como amiga, como á confidente y consejera..... ¡Hasta pretenderían hacerla su cómplice! ¡Todo se lo cuentan; todo se lo consultan; en todo procuran interesarla; de todo le ofrecen participación, consistente en algunas velas, en alguna joya ó en la trenza de sus mismísimos cabellos.
Yo me caso, me caso, y me caso, porque soy dueño de mis actos, porque soy mayor de edad, porque me lo dicta mi conciencia, porque me lo manda Dios; y si usted lo aprueba, ella y yo le abriremos nuestros amantes brazos y será usted nuestra madre, nuestra consejera, nuestra guía...».
Viose entonces de nuevo solo y arruinado, y la necesidad, mala consejera siempre y móvil las más de las veces de empresas descabelladas, sugirióle la idea de utilizar en provecho propio el precioso depósito, y aquí comenzaron las complicaciones y los peligros, los planes trazados y abortados.
Pero antes de adoptar ningún plan definitivo decidí acostarme con el fin de que el sueño amansase mi furor, teniendo por bueno aquel proverbio que dice que «la noche es buena consejera». Y así debe ser en efecto, porque al otro día me levanté completamente tranquilo; aquellos planes sanguinarios de la víspera, se habían trocado en resoluciones mucho más parlamentarias, y yo me resolví a aguardar la noche para llamar a su puerta, y una vez que me abriese arrojarme a sus pies, y repetirle verbalmente lo que ya le había dicho en mi carta.
Pero en torno de esta creación singular se agrupan, como digno cortejo, todos con fisonomía propia y rebosando de vida: la vieja Narda, sentenciosa consejera de Magdalena; el hidalgo don Lope, alma de oro con corteza de hierro, tan breve en palabras como largo en hechos, último vástago de aquellos indomables banderizos del siglo XV, y condenado en el nuestro a matar las solitarias horas sobre su potro de piedra; el estudiante, el indiano, la solterona Osmunda, providencial castigo de don Gonzalo; Carpio y Gorio, en quienes se cifra y compendia el carácter del campesino montañés con todos sus rodeos y suspicacia, y hasta los personajes de segundo orden, Chisquín, Toñazos, Polinar, Barriluco.... ¡Qué plenitud de sangre española en todos ellos! ¡Y qué cuadros los que llevan los títulos de La feria de Pedreguero, La romería de Verdellano y El festín!
Tú podías engañarte... ¡Pero yo!... yo, tu madre, tu consejera, tu guía; instruida por la vida. ¡Ah, cuán culpable he sido! ¡Cuán culpable en no haber elegido mejor para ti! Para ti tan digna de ser feliz, ¡pobre hija mía!... A ti, que eres tan honesta, ve a donde te he conducido. Pero soy siempre digna, madre mía dijo Juana, distraída. Repentinamente, mostrole con el índice la esfera del reloj.
Palabra del Dia
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