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Con el desmayo que Luscinda había tenido, así como la dejó don Fernando, iba a caer en el suelo; mas, hallándose Cardenio allí junto, que a las espaldas de don Fernando se había puesto porque no le conociese, prosupuesto todo temor y aventurando a todo riesgo, acudió a sostener a Luscinda, y, cogiéndola entre sus brazos, le dijo: -Si el piadoso cielo gusta y quiere que ya tengas algún descanso, leal, firme y hermosa señora mía, en ninguna parte creo yo que le tendrás más seguro que en estos brazos que ahora te reciben, y otro tiempo te recibieron, cuando la fortuna quiso que pudiese llamarte mía.

Apenas el negro vió sólo al Chiquito, cuando le apuntó con el arcabuz; mas se detuvo en dispararle, porque el indio le gritó en voz alta: No me mates, que soy cristiano como y no te hago daño; y para que lo conociese más claramente, le mostró una imagen de Nuestra Señora con el Niño en los brazos, la cual, el negro, dejando el arcabuz, adoró de rodillas.

Este robo le perjudicaba doblemente, pues además de ganadero era abastecedor de carne del pueblo, considerando dicha venta como uno de los mejores rendimientos de su estancia. Al presentarse el comisario, llamado por él para que conociese el robo, había vuelto á recontar sus novillos. Era indudable que le faltaba uno.

Aquel cuchicheo tan suave que salía de su boca, penetraba en todo mi ser y lo henchía de voluptuosidad. Hubiese querido prolongar unos instantes más aquel estado, y morirme después. Cuando volvíamos para casa traté de explicarle algo de lo que me pasaba, para que conociese siquiera un parte del amor infinito que me inspira; pero siempre rehuía la conversación.

Aquella primavera fue el período más feliz de la existencia de Juanito. Amaba, era amado, tenía fe en el porvenir, sentíase a cien leguas de las miserias de su familia, y para mayor felicidad, el tío don Juan, enterado de su noviazgo, lo toleraba, reservándose dar su aprobación definitiva cuando conociese a Tónica.

Dice que sin ella y con la barba blanca que antes traía aparento tantos años que le da vergüenza ir conmigo por la calle...¡Como si a pesar de estos adimentos ridículos no se conociese que paso de los ochenta!... Yo bien comprendo que a ella le avergüenza estar casada con un ochentón, y usted mismo se habrá dicho al vernos: «¡Vaya un matrimonio estrafalario!... ¿Cómo se le habrá ocurrido a este viejo decrépito casarse con una joven tan linda?...» Nada; no me diga usted nada; quien dice usted, dice todos los demás que nos conocen.

¡Si no la conoces! No importa, la quiero ya como si la conociese. ¿Tendrías gusto en ser hermana política de la sobrina de una estanquera? preguntó el joven con malicia. ¡Ya lo creo! repuso Julia poniéndose seria. Si es buena y bien educada, ¿por qué no?... No vayas a pensar que yo me detengo por eso dijo Miguel, poniéndose también serio.

Si ella pudiese verme un momento, si conociese el menor de mis dolores, se vería obligada a confesar que el odio más implacable... ¡Una noche tranquila, silenciosa, bella y encantadora para los dichosos! ¡Sólo yo destruyo esta inmensa armonía! ¡Yo solo, perdido, abandonado, olvidado de Dios, que me ha retirado su protección! 10 de junio. Todo contribuye a amargar, a envenenar mi desesperación.

El uniforme se les había puesto para que se conociese en algo que eran ellos los criados. En el vestíbulo había dos porteros cerca de una mesa de pino. Era costumbre inveterada que aquellos señores no saludaran a los socios que entraban o salían.

El alemán sería un empleado á las órdenes de Desnoyers, y la pareja viviría en el edificio de la Administración, como si no perteneciese á la familia. Jamás dirigiría la palabra á Karl. Pero apenas lo vió llegar, le habló para tratarle de «usted», dándole órdenes rudamente, lo mismo que á un extraño. Después pasó siempre junto á él como si no lo conociese.