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Ya les indemnizaremos construyéndoles un magnífico camino. ¿Les indemnizarán ustedes también de la pérdida de tiempo y de la mala calidad de los pastos?... Los bosques de Carboneras están llenos de pantanos y si usted conociese el país, señor inspector general... Lo conozco perfectamente repuso Delaberge, pues en Val-Clavin comencé mi carrera forestal.

Pero la tristeza ablanda el ánimo y hace buscar como una sombra refrescante la amistad de los humildes. Tchernoff, por su parte, miró á Desnoyers como si lo conociese toda su vida.

El ruido es mareador y se siente en el aire una trepidación incesante; el repiqueteo de los cascos, el vuelo sonoro de las ruedas, parece a cada instante aumentarse. Temeríase a cada momento un choque, un fracaso, si no se conociese que este inmenso río que corre con una fuerza de alud, lleva en sus ondas la exactitud de una máquina.

Estos rumores llegaron á oídos de Roussel, que empezó por encolerizarse, pero después tomó el partido de reirse de ellos, contando con que la gente que le conociese no daría crédito á tan ridícula especie. Pero si la credulidad pública rechaza con fastidio lo que redunda en ventaja del prójimo, acepta con apresuramiento lo que viene en su perjuicio.

Los ademanes muelles y la languidez melancólica con que este exordio fue acompañado, persuadieron al viejo duque, mucho más que las palabras, y casi no dudó de que había insultado a su bienhechora. Yo comprendo continuó , que usted no puede tener mucha estimación por . Usted me compadecería, no obstante, porque usted tiene un noble corazón, si conociese la historia de mi vida.

Pues tranquilízate completamente, me contestó; yo nada deseo, nada quiero más que tu amor... tu amor tal cual le siento, tal cual yo le siento por ti; hermanos, siempre hermanos; dos y uno... ¿no es cierto que es una felicidad que podamos amarnos de este modo? ¡Oh! si el mundo conociese la verdad de nuestra posición, ¿qué diría?

Y como si tuviera interés en que el doctor conociese exactamente sus creencias, siguió hablando: Por supuesto, que ahora me río de aquellas locuras. ¡Y pensar que en Somorrostro casi me entierran por culpa de una bala perdida!... Ahora ya no soy carlista, y como yo, la mayoría de los que entonces expusimos la pelleja. ¿Pues qué son ustedes?...

Entretenía Cervantes su tiempo antes de que conociese, por desgracia o ventura suya, a doña Guiomar, con los divertimientos y el humor alegre que por todas partes brindaba Sevilla a los que moraban en ella, y especialmente, con las juntas de poetas que se hacían, casa de un tal Arquijo, hombre muy dado a las buenas letras, y donde todos los que concurrían se esforzaban por lucir su buen ingenio.

Le acompañaba para que conociese los lugares más elegantes, á la hora del ó por la noche, después de la comida. La expresión maligna y pueril á un mismo tiempo de sus ojos imperturbables y el ceceo infantil con que pronunciaba á veces sus palabras hacían gran efecto en el colonizador. Es una niña se dijo muchas veces ; su marido no se equivoca.

Al fin se detuvo ante un rocín blanco, no muy gordo ni lustroso, con algunas rozaduras en las piernas y cierto aire de cansancio; una bestia de trabajo que, no obstante su aspecto de abrumamiento, parecía fuerte y animosa. Apenas pasó una mano por las ancas del rocín, apareció junto á éste un gitano, obsequioso, campechanote, tratándole como si le conociese toda su vida.