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Actualizado: 5 de junio de 2025


El día 6, ya con el dogal al cuello, triste y apenas sin esperanza, con ganas de echarse a llorar y sintiendo en su alma como un secreto anhelo de confesarse a su marido, Rosalía volvió a casa de Sobrino Hermanos. Iba por distraerse nada más y arrancar de su cerebro, durante un rato, la temerosa imagen de Torquemada.

En el grupo juvenil donde la sensible señorita de Delgado figuraba, contra los deseos vehementemente expresados de Rosarito, que aseguraba sobre su honrada palabra que la citada señorita la había tenido a ella en brazos muchas veces, y que cuando iba a confesarse siendo niña, y la señorita de Delgado se hallaba en casa, le besaba la mano como a una persona mayor, se empezó a discutir con extraordinario fuego acerca de la música.

La primera idea que le acometió después, fué ésta: «Voy ahora mismo a la redacción del Joven, y hago pedazos a cuantos encuentre dentro». Se puso el sombrero que se había quitado, y salió de la estancia. Pero al llegar a la escalera, se le ocurrió otro pensamiento; el del gran escándalo, la campanada que iba a dar en la villa. Iba a confesarse burlado ante la población entera.

Allí, el noble de título se codeaba con el hábil estafador de retablos o con el humilde maestro que forjaba con sus manos una hermosa reja de presbiterio. Ramiro no se sintió con ánimo bastante para descubrir su pecho de la primera vez, y resolvió confesarse gradualmente, concurriendo entretanto a la reunión de los domingos.

Acercándose al gabinete de su padre, vio que levantaban un altar. Preguntó sencillamente lo que aquello significaba, y una criada, llevándole a un rincón, le dijo que no se asustase, que su papá había deseado confesarse y recibir la Comunión, y que su Divina Majestad vendría pronto a visitarle. Esta recomendación de no asustarse, hecha repetidas veces, produjo el efecto contrario.

No se rompe fácilmente con tres años de dicha: no se dice frotándose las manos: ¡Loado sea Dios! ¡mi hijo es el hijo de una intrigante! El conde experimentaba, pues, un malestar moral, una inquietud sorda que contrariaba su pasión naciente. Temía confesarse a mismo; se detenía ante su corazón como ante una carta que no nos atrevemos a abrir.

¡No te amarán!!, se repetía Lázaro continuamente, y cada vez le parecía más injusto. Su inocencia protestaba con la impetuosidad de la ira o con la amarga laxitud del desaliento, pero siempre tenía que confesarse vencida. Su conciencia era un siervo puesto en la alternativa de alzarse en armas o aceptar humilde y bajamente la esclavitud; no había más que dos caminos; abjurar, o resignarse.

Entonces creía usted en Dios... Es posible... Cuando una es joven cree todo lo que le cuentan... pero después todo varía... Ya no creo en nada... Esas son historias para divertir a los pobres. Volvió los ojos irritados hacia la puerta, en la que estábamos apoyados Gerardo y yo, y dijo: Oiga usted; pregunte a esos señores si van a misa. ¡Yo voy! dijo Gerardo. ¿Y a confesarse?... ¡Bah!

Esto la preocupó y la puso de mal humor para todo el día, por más que nunca quiso confesarse que la causa de su malestar y melancolía era ésta. Poco a poco, debido a su temperamento irritable y caprichoso, aquella aventura amorosa que había muerto al nacer, iba ocupando su espíritu haciendo brotar en él un deseo.

Porque no era necesario para ello llegar hasta el sacrilegio, que tanto la había aterrado siempre y la seguía aterrando; dispuesta estaba ella a lo que creía únicamente necesario para confesarse bien: acusarse de todos sus pecados y enumerar todos sus extravíos... ¿Qué le importaba a ella que el padre Cifuentes supiese lo que hasta en los mismos periódicos se había publicado y había leído ella sin sonrojarse?... ¡Si hubiera algún sacrificio que hacer, si hubiera algo que cortar, sería entonces otra cosa; pero la muerte, el puñal de un asesino, se había encargado de sacrificar, se había encargado de romper; y ya no le quedaba a ella nada, nada, sino aquella herida en el corazón y aquel despecho en el alma!... Y ante aquellas dos ideas que la exasperaban, Jacobo muerto y ella caída de su pedestal, sentía hervir su sangre de dolor y de ira, y parecíale lo primero el crimen más nefando que se había cometido en el universo, y juzgaba lo segundo el acto de tiranía más atroz que pudiera atribuirse a Nerón, a Tiberio o a Busiris.

Palabra del Dia

irrascible

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