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Actualizado: 5 de mayo de 2025


¡Muerte gloriosa! decía don Pompeyo al oído de cualquier enemigo del Provisor que venía a compadecerse a última hora de la miseria de Barinaga . «¡Muerte gloriosa! ¡Qué energía! ¡Qué tesón! Ni la muerte de Sócrates... porque a Sócrates nadie le mandó confesarse».

Cuando él tenía mucha influencia sobre una mujer, la prohibía confesarse. «Sabía muchas cosas». En los momentos de pasión desenfrenada a que él arrastraba a la hembra siempre que podía, para hacerla degradarse y gozar él de veras con algo nuevo, obligaba a su víctima a desnudar el alma en su presencia, y las aberraciones de los sentidos se transmitían a la lengua, y brotaban entre caricias absurdas y besos disparatados confesiones vergonzosas, secretos de mujer que Mesía saboreaba y apuntaba en la memoria.

En cuanto una joven se arrodillaba a sus pies para confesarse, se creía en el caso de insinuarle que el mundo estaba corrompido, que no había por dónde cogerle, el condenarse facilísimo, el amor terrenal una inmundicia, los mismos afectos de hija y de hermana despreciables, el tiempo para merecer la salvación muy limitado.

Que el Gobernador no quería que se les molestase... ¿Y qué tiene ya que mandar el Gobernador sobre ellos?... Un hombre, cuando le van a dar mulé, hace lo que le da la gana, menos escaparse... Además, que no se les molesta... al contrario... lo que les hace falta es un poco de distraición y beber unas copas con tranquilidad... ¿Han de estar todo el día rodeaos de paño negro?... Con media hora pa confesarse y otra media pa decir el «yo pecador», y recibir, y arrepentirse, queda un hombre al sol.

Era un deseo de confesarse con ella, un impulso instintivo de abrirle el alma, como si de esta mujer que llevaba á los lechos de muerte un regocijo frívolo de pájaro pudiese surgir el consejo de la suprema sabiduría.

Ir a Francia, encontrar en la estación de San Sebastián o San Juan de Luz a algunas familias españolas conocidas y decirles, después de los primeros saludos: «Voy a Arcachón», era como confesarse emparentada con el padre Eterno.

En efecto, Mauricia empezó a sentirse alegre, y con la alegría vínole una viva disposición del ánimo para la obediencia y el trabajo, y tantas ganas le entraron de todo lo bueno, que hasta tuvo deseos de rezar, de confesarse y de hacer devociones exageradas como las que hacía Sor Marcela, que, al decir de las recogidas, llevaba cilicio.

Todas las muchachas van a confesarse con él porque las absuelve siempre y les pone unas penitencias muy pequeñas. «Divertíos les dice . Tiempo tendréis de rezar si no encontráis mozos de ley que se casen con vosotras»... Pero el cura de aquí es muy estricto. ¡Y eso que yo le regalo de cuando en cuando unos huevos o unas manzanas! ¡Para que digan que los hombres de iglesia son agradecidos!

Así es que si apunta el menor deseo de confesarse, no se le contraríen por ningún miramiento; y si no le apunta... procuren ustedes apuntársele. No le dispongo nada nuevo, porque todo sería inútil, incluso la mortificación de una cantárida.

Como los observatorios meteorológicos anuncian los ciclones, el Magistral hubiera podido anunciar muchas tempestades en Vetusta, dramas de familia, escándalos y aventuras de todo género. Sabía que la mujer devota, cuando no es muy discreta, al confesarse delata flaquezas de todos los suyos.

Palabra del Dia

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