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Actualizado: 5 de junio de 2025
El cura, oyendo lo cual, le dijo que atendiese a la salud del alma antes que a los gustos del cuerpo, y que pidiese muy de veras a Dios perdón de sus pecados y de su desesperada determinación. A lo cual replicó Basilio que en ninguna manera se confesaría si primero Quiteria no le daba la mano de ser su esposa: que aquel contento le adobaría la voluntad y le daría aliento para confesarse.
Quedóse Jacobo un momento pensativo, y rascándose después levemente la cabeza, añadió con su truhanesca sonrisa: Entonces... será preciso confesarse con el padre Cifuentes. Diógenes se puso muy serio.
Y por cierto que debía de haber algo de ignominia en ser de los ineptos, porque es cosa averiguada que, antes de confesarse tal uno de ellos, córam pópulo, deslizábase rápido, y primero se dejaba descuartizar que presentarse á media legua del baile.
Aquí le sucedió un caso digno de saberse: Ofreciósele un día hacer una trompetilla por si acaso venía á confesarse algún sordo, cuando poco después de venir á su aposento, entró en él un hombre doliéndose mucho de que no se podía confesar á gusto por falta de oído; consolóle el Padre, diciéndole que tenía un instrumento para oir con facilidad.
Cuando le daba por ahí, iba a misa, y aun se le ocurría confesarse; pero de pronto le entraba miedo y lo dejaba para más adelante. Luego venía la contraria, o sea el sentimiento de su inculpabilidad, como una reversión mecánica del estado anterior, y todas las somnolencias y aprensiones místicas huían de su mente.
Hará cosa de dos o tres meses, Antoniño fue a confesarse, y en el curso de su confesión, le dijo al cura que leía periódicos. ¡Malo! ¡Malo!... refunfuñó el cura . No veo qué necesidad tienes tú de leer periódicos. ¡Siquiera fuesen de la buena Prensa!... Pero, seguramente, serán de la otra. Eran de la otra, en efecto, y Antoniño lo reconoció así, aunque aduciendo un motivo justificante.
Lo que faltaba de ella hasta la exactitud, me la dio al otro día la enferma diciéndome que deseaba «hablar con su confesor». ¡Temió la inocente que me pareciera demasiado oírla decir que «quería confesarse»! » Y vino el confesor poco después. ¡La nota triste que faltaba en el cuadro de mis tribulaciones! »Sin salir el cura de la habitación de Luz, llegó el médico.
Hay cosas que se avergüenza uno de confesarse a sí mismo; y esas cosas, por extraña contradicción, fatigan y matan si con alguien no se confiesan. Por eso voy a decírtelo todo. No seas severo conmigo. No me condenes por miserable y falto de pudor si te lo digo todo: si te descubro lo que a mí mismo debiera yo ocultarme. »Harto conoces mis ideas.
Es que... como usted es sacerdote... yo pensaba que podría contarle... Ninguna persona me daría mejor un consejo... ¡Ah! ¿Quiere usted confesarse? Pues debiera comenzar por ahí. En cuanto tome chocolate, bajaremos a la capilla. No, señor... es decir, sí, señor. Es una confesión... pero al mismo tiempo no es una confesión...
«Ánimo, Gabrielillo prosiguió . El hombre debe ser hombre, y ahora es cuando se conoce quién tiene alma y quién no la tiene. Tú no tienes pecados; pero yo sí. Dicen que cuando uno se muere y no halla cura con quien confesarse, debe decir lo que tiene en la conciencia al primero que encuentre.
Palabra del Dia
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