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Recaredo, despues de abjurar las doctrinas de Arrio i atraer gran número de los de su parcialidad al catolicismo, fué quien abrió la puerta á las persecuciones contra el pueblo hebreo.

Parece que ninguno de los judíos se presentó al tribunal á pedir misericordia i á abjurar de los errores en que habia tornado á caer: antes bien es fama que urdieron una conspiracion con propósito de ocupar en el dia del Corpus las avenidas de las cuatro calles por donde solia caminar la procesion, tomar las puertas de la ciudad i la torre de la catedral, matar á todos los cristianos, i declararse contra la soberanía real, en tanto que no se separase de aquel bárbaro modo de oprimir i robar los pueblos.

La poderosa emoción aplacó todos los rumores. Aquellos infelices, que antes de dos o tres horas formarían horroroso amasijo de cuerpos carbonizados, subían a la jaula y escuchaban sus sentencias, unos impasibles, otros enloquecidos por el terror y haciendo temblar en la mano la vela verde encendida. Gulinar fue arrastrada como una muerta; el espanto la hizo abjurar de sus creencias.

¡No te amarán!!, se repetía Lázaro continuamente, y cada vez le parecía más injusto. Su inocencia protestaba con la impetuosidad de la ira o con la amarga laxitud del desaliento, pero siempre tenía que confesarse vencida. Su conciencia era un siervo puesto en la alternativa de alzarse en armas o aceptar humilde y bajamente la esclavitud; no había más que dos caminos; abjurar, o resignarse.

Ser un farsante despreciable a sus propios ojos, o un renegado para el mundo, porque la sociedad transige con todas las deserciones y todas las apostasías, pero no tiene piedad para la abjuración del clérigo. Abjurar, o resignarse. Lo primero sería aventurarse a la lucha contra el mundo; lo segundo, envilecerse. ¿Hasta dónde podían precipitarle las consecuencias de una abjuración?

A pesar de lo expuesto, como doctrina general, contra la cual he pecado yo también, dejándome llevar de la corriente al escribir algunas novelas, me complazco en declarar aquí que me han entrado ganas de retractarme y de abjurar de la doctrina general mencionada al leer La Goletera, de D. Arturo Reyes.

Salió desde la Inquisición con las mismas insignias que el pasado, mordaza, coroza y capotillo de llamas y Cruz verde en las manos; pero estando ya en la Iglesia antes de oir su sentencia abrió los ojos, para abjurar sus errores con clarísimas señales de bien convertido y mucho consuelo de los católicos: leyósele su sentencia con méritos y fue relajado a la justicia y brazo seglar con confiscación de bienes por hereje, apóstata, judaizante, relapso y confeso.

Mientras lord Gray respondía a ciertas enfadosas preguntas que le hizo Ostolaza, doña María llamó a sus hijas y dijo a Asunción, no tan por lo bajo que yo dejase de oírlo: Mira, Asunción, habla con lord Gray un ratito; coge con disimulo el tema de la religión y sondéale, a ver si es cierto que está dispuesto a abjurar sus errores, por abrazarse a nuestra santa doctrina.