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Actualizado: 22 de noviembre de 2025
En Filipinas, en ese riquísimo Archipiélago que constituye por la feracidad de su suelo la colonia mas rica del mundo, en lo único que puede decirse se asemeja á las demás en cuanto á la constitución que las gobierna, es en la tolerancia, tanto religiosa como político-administrativa.
Cuando la comprara, hacía más de veinte años, constituíanla unos cuantos prados y un bosque donde pastaban las vacas y cantaban los malvises, jilgueros y mirlos. Don Rosendo principió por desterrar esta colonia indígena y substituirla por otra extranjera. El ganado del país fué proscripto trayendo en su lugar otro de Suiza.
Aquí hacemos punto en este modesto trabajo que probablemente vendrá á ser el prólogo de otro más extenso que nos proponemos publicar. Mucho, muchísimo hay que hacer en Filipinas y mucho falta por decir de aquella riquísima colonia susceptible á dar cuantiosos caudales. Haga Dios que este pobre trabajo despierte en otras inteligencias la afición á escribir.
No tenía Fernando más que ladear un poco la cabeza, volviendo los ojos al interior de la cubierta, y recibía en su olfato inmediatamente la esencia de los licores que burbujeaban con mezcla de soda en las mesas del café, el perfume de agua de Colonia que iban esparciendo las mujeres, como un recuerdo de su baño matinal.
Conocia Abde-r-rahman con su natural talento, que el celo de los naturales estaba notablemente entibiado, que el fervor religioso era mayor en los conquistadores que en los conquistados; creía que el cautiverio y la afliccion habian domado la pasada entereza de los Cordobeses; que la Córdoba de su tiempo no era ya aquella heróica colonia patricia convertida, tan dispuesta al martirio y pródiga de su propia sangre, cuando guiaba el rebaño de Cristo el grande Osio bajo la persecucion de Diocleciano y Maximiano, ni la Córdoba ortodoxa que habia padecido guerras, hambres y peste, por no contaminarse con el arrianismo; sabia, por último, que á pesar de la enseñanza católica dada á la juventud cristiana en las escuelas y colegios de los monasterios, donde tanto se distinguian ya algunos abades y jóvenes seglares, formidables quizá á los Mahometanos para lo venidero , la iglesia de Córdoba ahora padecia dolorosas excisiones por las nuevas doctrinas de Migencio y de Elipando , y se imaginaba que sus pastores no seguian ya las huellas de aquellos primeros obispos tan ominosos á los Donatistas, á los Luciferianos, á los Gnósticos y á los Priscilianistas, y cuya vida habia sido una lucha continuada contra los enemigos de la Iglesia . Sorprendióle, pues, sobremanera la repulsa de los Cristianos, pero la idea entre verdadera y falsa que se habia formado del pueblo sojuzgado y de los encargados de su gobierno, le hacia esperar que venceria su resistencia con solo insistir y encomendar al tiempo el resultado de las proposiciones entabladas en su nombre.
También hemos propuesto quedarnos, aunque con dolor, bajo el dominio de Portugal, y á esto se nos responde que si nos quedamos ha de ser sólo para ser jornaleros y esclavos de los portugueses, sin que tengamos dominio en nuestras casas que hemos fabricado con nuestro sudor y trabajo y sin que seamos dueños de un palmo de tierra para sembrar los granos necesarios para nuestro sustento, ni licencia para coger una hoja de los hierbales que hemos plantado con nuestras manos y regado con nuestro sudor, y todo esto se nos niega al mismo tiempo que á los portugueses que han de dejar la colonia se les concede libremente que si quieren se queden bajo del dominio de España sin perder la posesión de sus casas y bienes, y si quieren salir tienen libertad para venderlas ó donarlas como legítimos dueños de ellas.
El puerto de la Colonia del Sacramento es algo mejor, por razon del asilo que recibe de la isla de San Gabriel y la tierra mas alta, pudiendo los navios anclar cerca de la playa; no obstante lo cual está demasiado abierto, y espuesto á los vientos, y tiene algunas peñas y escollos, siendo absolutamente necesario un buen piloto para navegar por él con seguridad.
Los amigos que le quedaban a don Fermín reconocían que no se podía luchar, por aquellos días a lo menos, contra aquella afirmación injusta, pero tan generalizada. El entierro dejó atrás la calle principal de la Colonia, que estaba convertida en un lodazal de un kilómetro de largo, y empezó a subir la cuesta que terminaba en el cementerio.
Luego no estaba enamorado, pues el amor y la tranquilidad rara vez hacen buenas migas en un mismo corazón. No obstante, Juan veía con cierta inquietud y tristeza acercarse el día que traería a Longueval a los Turner, los Norton y toda la colonia americana. Ese día llegó muy pronto. El viernes 24 de junio, a las cuatro de la tarde, cuando Juan vino al castillo, Bettina lo recibió muy triste.
Estaba allí lo más florido de la colonia americana y, ciertamente, los millones de todos los que aquella noche se reunieron en casa de Julio Harvey hubieran bastado para pagar la deuda de un estado europeo.
Palabra del Dia
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