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Actualizado: 21 de junio de 2025
El pícaro del boticario colgaba a Serafina el milagro de esta conversión, y aun se atrevía a sostener que la señora doña Inés hacía la vista gorda y no se percataba de tal milagro, cuya comodidad y baratura no podía menos de celebrar en el fondo del alma.
Yo te esperaré. Catalina y su madre vivían en una magnífica casa de Alzate. Llamó Martín en ella, y a la criada, que ya le conocía, la dijo: ¿Está Catalina? Sí... Pasa. Entró en la cocina. Era ésta grande y espaciosa y algo obscura. Alrededor de la ancha campana de la chimenea colgaba una tela blanca planchada, sujeta por clavos.
El atril del piano sostenía un grueso y manoseado tomo de melodías de Schubert, y de uno de sus candelabros colgaba, suspendido por el elástico de goma, un precioso sombrerillo de raso pálido, con plumas coquetamente rizadas y anchas cintas de seda algo ajadas en el sitio donde se formaba el lazo.
Una de sus piernas estaba metida en una media de seda gris. La cabeza colgaba por el lado opuesto, extendiendo sus cabellos rubios sobre el agua como manojo de algas doradas. Sus pechos juveniles y firmes asomaban por la abertura de una camisa de dormir, pegada al cuerpo con impúdico moldeo.
Arqueros y hombres de armas se tendieron sobre cubierta, en cumplimiento de las órdenes del barón. Cerca de la proa colgaba de una robusta lanza el escudo de armas de Butrón, una cabeza negra de jabalí en campo de oro, y en el centro de la proa Reno el veterano clavaba el estandarte con las cinco rosas de Morel.
La enorme tira de trapo se arrastraba por la habitación, se encaramaba a las sillas, se colgaba de los brazos del sofá y se extendía en el suelo para ser dividida en pedazos por la tijera de la oficiala, que, de rodillas, consultaba con patrones de papel antes de cortar.
Terminados los licores y el café, y cuando ya el humo de todos los cigarros se había mezclado y confundido, formando un a manera de toldo que colgaba del techo, la duquesa dijo: «Don Hermenegildo, hace tiempo que no nos obsequia usted con el salto de la trucha.» Don Hermenegildo se puso en pie.
Como él no se quitaba la corona más que al ponerse el gorro de dormir, forzosamente habíaselo arrancado alguien tomándola de la percha donde colgaba la ropa... ¿Quién?...¡Aunque no lo sabía, bastante lo maldijo!... Cierto que el diamante era falso, por no haberse podido encontrar uno verdadero de ese tamaño, y que él no lo ignoraba, cierto... Mas después de usarlo tantos años como verdadero, por verdadero lo sentía.
Subieron las escaleras y entraron en una cocina grande. Varios paisanos y soldados, congregados allí, charlaban. Se sentaron a cenar a una mesa larga, iluminada por un velón de varios mecheros que colgaba del techo.
El confesor, al oírlo, hizo una seña a María y ésta tomó rápidamente un Cristo de plata que colgaba de la pared, y lo puso en las manos de su madre, diciéndole: Mamá, acuérdate de Dios... Acuérdate de lo que padeció este Divino Señor por nosotros... Yo... no me muero dijo la enferma.
Palabra del Dia
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