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Actualizado: 21 de junio de 2025


Todo allí permanecía en el mismo estado en que su hija lo había dejado; colgaba de la pared su guitarra, con un lazo de cinta que había sido color de rosa y que ahora pendía sin forma, como una promesa que se olvida, y descolorido como un recuerdo que se disipa. Sobre la cama había un pañuelo de seda de la India, y unos zapatos pequeños se veían aún debajo de una silla.

¡Eran ellos! , eran ellos. Mucho antes de oír su voz claramente los había adivinado. Se paseaban por una calle más ancha y despejada que las otras, resguardada de un lado por el muro, del otro por alto seto de boj. Amalia se colgaba del brazo del conde con imperio y negligencia y hablaba mirando al suelo, mientras él se inclinaba hacia ella risueño, sumiso, metiéndole las palabras por el oído.

Llegados al patín que cerraba el grave claustro, Nucha señaló a un pilar que tenía incrustada una argolla de hierro, de la cual colgaba aún un eslabón comido de orín. ¿Sabe usted qué era esto? murmuró con apagada voz. No respondió Julián.

Para congraciarse con ellos y también con sus mamas, llevaba consigo siempre buena provisión de bolsitas de seda con unos Evangelios dentro, que colgaba al cuello de los nenes para preservarlos de peligros y que fuesen con el tiempo buenos cristianos. Hasta los chiquillos más feos y más sucios le llamaban la atención.

Clara tomó una de sus manos que colgaba fuera de las ropas y la besó con efusión, regándola con sus lágrimas; llanto de la inocencia provocado por la crueldad de aquellos verdugos. Señora, otra vez se lo pido exclamó con voz apenas inteligible; no me abandone usted, usted es una santa. No permita que me echen así ... á estas horas ... yo tengo miedo. No me abandone usted.

Y comprendió el gesto triste de su boca pálida, que colgaba con desaliento entre dos profundos surcos verticales. «¡Lo que esos ojos habrán visto!», continuó pensando. Pero los ojos no querían acordarse, y le sonreían, contentos del momento presente. Acababa de salir de un gran hotel convertido en hospital y esperaba el tranvía para ir á Mentón.

¡Oh! ¿no he de ser? La levantó como una pluma, y poniéndola sobre un brazo como a los niños, comenzó a dar brincos por el jardín. ¡No tanto! Llévame suavemente. Vamos de paseo. La paseó sin fatigarse por todo el parque. Y desde aquel día aquella forma de paseo le agradó tanto a la niña, que en cuanto salían de casa se colgaba al cuello de su marido para que la subiese.

Colgaba frente a ellos una maja de ojos provocativos y boca manchada de rojo violento, como las flores del mantón, pero se anegó también en la misma irrealidad fantástica. No podía hacer Adriana mucho caso de lo que Julio le hablaba, porque se sentía demasiado embargada por la idea de estar conversando los dos sin testigos, en aquel delicioso rincón de soledad.

Pascuala cogió entre sus manos la cabeza de la joven y la colocó con menos molestia; la entró uno de los brazos, que colgaba fuera de las sábanas; arregló éstas y las almohadas, y cerró un poco más la ventana, por que no entrara más claridad que la necesaria para no estar á obscuras. Usted ya no sale de aquí dijo Bozmediano á Lázaro.

Con disgusto, Krilov dirigió una mirada a su viejo gabán, al botón que colgaba con un pedazo de la tela; se imaginó su rostro amarillo y agrio, que detestaba, hasta el extremo de no afeitarse sino una vez al mes; sus ojos, con gafas azules, y se convenció, con un placer maligno, de que parecía, en efecto, un espía.

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