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¡Al pelo, hijo! ¿Cómo quieres que me vaya con un hombre tan retrechero? Al mismo tiempo se colgó de su cuello y le dió un largo y sonoro beso en la mejilla. Los párpados del duque temblaron de placer; mas por sus ojos pasó al mismo tiempo un reflejo de inquietud. Siempre que la Amparo se le colgaba del cuello era para darle un sablazo formidable, una entrada a saco en el bolsillo.

Pero junto con la mano colgaba otro fetiche de oro, de forma tan inesperada, tan inaudita, que Miguel desechó como inverosímil lo que había pasado ante sus ojos en rápida visión. Alicia se echó atrás, repeliendo su mano curiosa. «¡No, no!» Y cerró el bolso con tanta rapidez, que casi le pilló los dedos entre las valvas de plata.

El piso húmedo, untado de una especie de jabón negro, era resbaladizo; pero ella se sostenía bien, y en caso de apuro se colgaba del protector brazo de su padrino. El ruido era infernal. Subían los carros de la carne con las movibles cortinas de cuero chorreando sangre, y su enorme pesadez estremecía el suelo. Los carreteros apaleaban a las mulas.

Don Álvaro sudaba de congoja. Don Víctor se le colgaba del brazo, levantaba los ojos al cielo y se divertía en encontrar parecidos entre los nubarrones de la noche y las formas más vulgares de la tierra. «Mire usted, mire usted, aquel cúmulus es lo mismo que Ripamilán; figúreselo usted con la teja en la mano.... »Aquel cirrus negro parece la moña de un torero...».