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Actualizado: 10 de junio de 2025


Otras veces y el recuerdo después de tantos años aún conmovía al joven , el padre surgía en su memoria colérico, con la voz ronca y el rostro congestionado, oliendo a vino, arrojándose con los puños levantados sobre la pobre mujer, que corría loca de miedo por el tugurio, esquivando los golpes.

Estaba sombrío, fosco, agitado, nervioso. Nos miró con asombro, quiso reír, pero su colérico semblante no echaba de más que rayos. Temblaba de ira, iba de un lado para otro de la sala, como un tigre en su jaula, nos miraba, nos decía algo inconexo, risible, estúpido, y luego hablaba consigo mismo en monosílabos incomprensibles, mezclando la lengua inglesa con la española.

El primer escalón fue mi mérito, el segundo mi resolución, el tercero la lisonja, el cuarto la envidia... ¿Pero qué habla usted de convenios reservados, de pactos deshonrosos? Cállese usted, tenga usted la bondad de callarse; le ruego, le mando a usted que se calle». Y colérico se abalanzaba a la reja, ponía el oído, hacía señales de conformidad o denegación, oprimía los barrotes.

El novio, cada vez más sofocado, gritaba con acento colérico: ¡Dejarlo!... ¡dejarlo! Se le ha destapao el tarro, y hasta que eche toda la bilis no callará. Velázquez se había aproximado para gozar de la guasa, dejando sola á María-Manuela á la ventana. Antoñico, se levantó de la silla donde estaba cerca de Soledad y, dando una vuelta con disimulo al aposento, se acercó á su antigua querida.

¡Demontre! llegáis a tiempo exclamó el notario, colérico. ¡Estoy, por lo visto, hechizado! ¡el diablo ha tomado posesión de mi persona! Las miradas del doctor fijáronse en seguida en la nariz de su cliente; pero encontrándola, al parecer, sana, de buen aspecto, y fresca como una rosa. Me parece observó, que marcha todo muy bien.

Volvióse don Quijote a Sancho, y, encendido el rostro y colérico, le dijo: ¿Es posible, ¡oh Sancho!, que haya en todo el orbe alguna persona que diga que no eres tonto, aforrado de lo mismo, con no qué ribetes de malicioso y de bellaco? ¿Quién te mete a ti en mis cosas, y en averiguar si soy discreto o majadero?

Muchas veces, al volver Isidro a su casa, la sorprendía de bruces en la cama, llorando silenciosamente. Pero ¿qué tienes? gritaba con tono colérico . ¿Qué te pasa?... Nada: lloraba sin saber el motivo. La maternidad trastornaba su débil organismo. La invadía una intensa tristeza, atormentando su imaginación.

Colérico cada vez más y respondiendo á las razones de su sobrino con frases violentas ó desdeñosas, tanto llegó á exaltarse que el alcalde, el boticario y otros comensales creyeron prudente intervenir. Encauzaron la conversación hacia otros asuntos y procuraron alejar al tío del sobrino. Se habían levantado ya todos de la mesa. Se diseminaron por la pomarada formando grupos.

Era un monóculo fijo en él con insistencia agresiva. Un teniente flaco, de talle apretado, que conservaba el mismo aspecto de los oficiales que él había visto en Berlín, un verdadero junker, estaba á pocos pasos, sable en mano, detrás de sus hombres, como un pastor, sombrío y colérico. ¿Qué hace usted aquí? dijo rudamente.

Y se iba, colérico, jurando no volver... y volvía, reflexionando que era fuerte cosa que mientras su familia estaba podrida en plata, no tuviera él ni para cigarros.

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