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La madre, llena de inquietud, intervenía para restablecer la paz, pero se burlaban de ella. La pobre temblaba sin cesar por sus terribles hijos, pues veía con espanto que los dos habían heredado el carácter irascible de su padre. Ya una vez había acudido en momentos en que Fritz, que tenía ocho años, se abalanzaba con un gran cuchillo de cocina en la mano, sobre su hermano, dos años mayor que él.

El primer escalón fue mi mérito, el segundo mi resolución, el tercero la lisonja, el cuarto la envidia... ¿Pero qué habla usted de convenios reservados, de pactos deshonrosos? Cállese usted, tenga usted la bondad de callarse; le ruego, le mando a usted que se calle». Y colérico se abalanzaba a la reja, ponía el oído, hacía señales de conformidad o denegación, oprimía los barrotes.

Era un apetito loco que, en su furia, se abalanzaba sobre la fruta verde, sin sazonar.

La vieja prorrumpió en lamentos. ¡Lo que ella había dicho! ¡La sangre corrompía; el maldito susto que no había querido salir y ahora, con la muerte, se le esparcía por todo el cuerpo! Y se abalanzaba sobre la agonizante, besándola con una avidez loca, como si la mordiese para volverla a la vida. ¡Se ha muerto, don Fernando! ¿No le ve su mersé? Se ha muerto... Salvatierra hizo callar a la vieja.

Saludaron éstos a la oficialidad del buque con grandes curvas de sus chapeos de paja, y entraron luego en el comedor, donde estaban extendidos los documentos entre botellas de cerveza hamburguesa. Con estos brasileños subieron muchos de los que esperaban en los botes. Ojeda vio que Maud se abalanzaba hacia la escalera de los salones.