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Ahora se ha descubierto que el tal don Ramón no compraba papel, y cuando le daban una cantidad con tal destino la dedicaba a la Bolsa, cuidando de entregar los intereses al cliente, como si en realidad existiesen los títulos. ¿Quieres saber que hay de esos tres mil duros? Pues que los has perdido. ¿No me dijiste que tu novia le entregó ocho mil reales? Pues los has perdido también.... ¡Cristo!

El almacenero, cansado de esperarlo, pone avisos en los diarios, llamándolo, si es muy amigo de formas legales, pero constatando con dolor, recién, que ignora, no solamente el domicilio del cliente, sino también su nombre y apellido. La duda le asalta y va a ver al joyero que le tasó la prenda, y éste le declara rudamente que no es la misma que le llevó la primera vez sino una imitación.

¡Demontre! llegáis a tiempo exclamó el notario, colérico. ¡Estoy, por lo visto, hechizado! ¡el diablo ha tomado posesión de mi persona! Las miradas del doctor fijáronse en seguida en la nariz de su cliente; pero encontrándola, al parecer, sana, de buen aspecto, y fresca como una rosa. Me parece observó, que marcha todo muy bien.

BEAUVALLON. ¿Y obtienes buenos resultados...? LA CHOUTE. ¡Desde luego...! Durante algunos días borro las arrugas, revoco las fachadas y fabrico juventudes. Después, la edad recobra sus derechos; la cliente vuelve. ¡Qué demonio! Yo no puedo luchar mucho contra el tiempo. Llega siempre un momento en que las viejas son viejas.

Explicaré lo que esto significaba y á dónde iba con su cuerpo aquella tarde el desventurado Don Francisco. El día mismo en que cayó malo Valentín, recibió su padre carta de un antiguo y sacrificado cliente ó deudor suyo, pidiéndole préstamo con garantía de los muebles de la casa.

Lo mismo habíale ocurrido con otro cliente, un saladerista más exacto que un reloj y cuya palabra podía venderse al peso; es decir, lo del plantón repentino, que no hubo necesidad de pedir la razón a la fuerza, pues el hombre las dió tan justas y aceptables, que Rocchio se conformó y aun llegó a disculparse por haberle molestado tan temprano. ¡Otro reloj descompuesto que no marcaba la hora!

Como el portero del hotel no podía decir más, el padre, una vez pasada la primera impresión de sorpresa, pensó en la conveniencia de visitar la casa consignataria. Tal vez allí le diesen otras noticias. La guerra era lo único interesante para los de esta oficina. Pero Ferragut, dueño de buque y antiguo cliente, fué guiado por el director hasta dar con los empleados que habían recibido á Esteban.

Con su buen instinto de hombre práctico, puso orden en aquel maremágnum: vendió fincas, canceló hipotecas, pagó a los usureros con harto pesar de éstos, que querían ver correr los intereses hasta devorar al cliente, y al fin, un día pudo decir a su hermana: Mira, chica, ya tienes libre y sano lo que te queda, pero te advierto que no eres rica.

Fuera, pues, razones, señor mío: látigo y más látigo, no qué sabio ha dicho que las más de las cuestiones son cuestiones de nombre: aquí, amigo mío, las más son cuestiones de personas. Y con esto despedí a mi cliente, quien no si habrá aprovechado mis consejos. Una cosa tan sólo le supliqué al salir por el umbral de mi puerta.

El portero, como si presintiese las inclinaciones de este cliente de propina fácil, se encargó de escoger su habitación: un piso más abajo que la vez anterior, cerca de la que ocupaba la signora Talberg. Se encontraron á media tarde en la Villa Nazionale, y emprendieron juntos la marcha por las calles de Chiaia. Al fin iba á saber Ulises dónde ocultaba la doctora su majestuosa personalidad.