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Actualizado: 26 de junio de 2025


Un contemporáneo y cliente del señorito L'Ambert, el marqués de Ombremule, decía en el Café Inglés cierta noche: Lo que nos distingue del común de los hombres es el fanatismo que sentimos por el baile. La canalla se desvive por la música.

Dice usted muy bien, señor don Cándido. Aquí recapacité, coordiné mis ideas un momento, y de la manera que el lector va a ver, enderecé poco más o menos a mi joven cliente por la vía de la gloria literaria, a la cual, si él sigue y observa mi reglamento, temprano o tarde debe sin duda llegar.

EL PRIMER «CHAUFFEUR». ¡Mi cliente es todo un hombre! ¡Se va a comer al tuyo como si fuera un mostachón...! ¡Y sin beber siquiera...! EL SEGUNDO «CHAUFFEUR». ¡Quita de ahí, hombre ¡El mío es todo nervios! ¡Os podremos! ¡Te lo aseguro...! ¡Eso es viejo! EL PRIMER «CHAUFFEUR». ¡ no calles...! ¡Pero ya verás...!

Adivino que el señor Desmaroy me encuentra muy a su gusto y salta a la vista que Boulmet está orgulloso de su cliente; la abuela se enorgullece ostensiblemente con una nieta tan linda. Estas tablas le dice, son modernas; están pintadas por mi nieta... Este almohadón bordado ha sido copiado por mi nieta de un modelo antiguo...

BEAUVALLON. ¡Desgraciada...! ¡El enamorado de esa dama, el enamorado para quien ella quiere rejuvenecer... soy yo...! LA CHOUTE. ¡Imposible...! BEAUVALLON. ¡Y yo estaba loco por esa mujer...! ¡Después de lo que , no la veré más...! LA CHOUTE. ¡Quia, amigo mío...! ¡Déjate de historias...! ¡No vas a quitarme una cliente de treinta mil francos...!

Cada uno de ellos se pone de parte de su patrón, aunque ambos son de alquiler. EL PRIMER «CHAUFFEUR». ¡Qué aire más ridículo tiene tu cliente...! ¡Apenas puede mantenerse en pie...! EL SEGUNDO «CHAUFFEUR». ¡Tu cliente que parece ridículo...! ¡Seguramente está temblando!

Esta historia, que todo el mundo conoce, la audacia un poco cínica de su lenguaje y la extravagancia de sus modales, hacen que no la vea yo con mucho gusto en casa de Luciana; pero que la pobre muchacha tiene que conservar en ella una cliente preciosa.

El dinero quedaba a su espalda, sin recibo, sin garantía alguna, resguardado por el espíritu de confianza inquebrantable que circuía la respetable personalidad del banquero caritativo. Al salir los tres, asomaba un nuevo cliente, un hombre de chaqueta y gorra, industrial, que había abandonado un instante su taller para alcanzar una palabra del ídolo.

Dile, hija mía, que es inútil todo remedio, pues la enfermedad de ese cliente es mortal. »Y al ver que yo no podía contener mis lágrimas, agregó: » No llores, Antoñita, no te intereses por esa persona. Aún le restan algunos meses de vida y entretanto estará Amaury de vuelta. »¡Dios mío! ¡Me asusto al pensar en que mi tío pueda morir estando usted tan lejos y yo aquí sola, absolutamente sola!

En el acto que me despedí de ella, me encaminé a Bedford Row, donde tuve otra consulta con Leighton, al cual le expliqué mis serios temores. Como ya le dije, señor Greenwood exclamó el abogado cuando hube terminado, recostándose en su silla y mirándome gravemente a través de sus anteojos, creo que mi cliente no ha fallecido de muerte natural.

Palabra del Dia

rigoleto

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