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Escuchábala el jesuita impasible con las manos metidas en las mangas, clavando en ella de cuando en cuando la mirada de sus ojos, aguda como la punta de una lanceta, que hacía a Currita ladear los suyos, ora bajándolos, ora paseándolos por las paredes del cuarto.

Esto no era militar: el mismo capitán lo confesaba noblemente; pero debía volver a París, y algo había que concederle al arte. Torcía la cabeza con belicosa arrogancia, clavando sus ojos de águila en los legionarios. ¡A ve! ¡que no se iga de la compañía!... ¡Que haiga desensia y disiplina!

¡Pero no os ha robado! dijo el cocinero mayor, que tenía el amor propio de creer que era la suya la desgracia mayor que podía acontecer á un mortal. ¿Que no me ha robado? gritó Dorotea clavando en Montiño una mirada resplandeciente de fiereza, que hizo temblar al cocinero mayor , ¿que no me ha robado? ¿y mi alma? ¿y mi corazón? Os queda á lo menos dinero para vengaros.

Y con mezcla de solemnidad y enternecimiento, añadió, clavando en ella sus expresivos ojos : ¡Cristeta..., júramelo..., por tu hijo! Bien; te lo juro por el niño, y ten prudencia, por la Virgen del Carmen. Corrió hacia el coche, y don Juan se quedó mirándola embelesado. Al arrancar la berlina se asomó a la ventanilla fingiendo que se incorporaba para acomodarse en el asiento.

Y Gonzalo se dejó arrastrar como un autómata, lleno de confusión. Al llegar a su cuarto, la buena señora cerró la puerta. Lo he oído todo le dijo, clavando en él aquellos grandes ojos negros y tristes como los de una Dolorosa, único resto de su antigua belleza.

No se ve la escena, porque lo impide el humo de la cocina que sale á borbotones por el balconcillo, conductor único que para él hay en la casa. La mujer del tío Bolina está clavando unas rabas de pulpo en la pared de su balcón, para que se oreen.

Tomole al roxo dios alferecia Por ver la muchedumbre impertinente, Que en socorro del monte le venia. Y en silencio rogó devotamente, Que el vaso naufragase en un momento Al que gobierna el humido tridente. Lo que impaciente estuve yo escuchando, Porque vi sus razones ser saetas, Que iban mi alma y corazon clavando.

De repente, clavando los ojos en don Quintín, lanzó sobre el pobre vejete toda la envidia acumulada en sus cuarenta y muchos años de deslices, caídas por capricho y complacencias cobradas muy barato para poder vivir. ¿No era irritante que algunas compañeras suyas hubiesen hallado imbéciles que de buenas a primeras les pusieron coche, y ella, con haber rodado tanto, viera llegar la vejez sin pan y sin lumbre?

¡Jesús del alma!... ¡Virgen de Regla! exclamó la madre; y clavando su mano en el brazo del cura e hincándole los ojos en la cara, le preguntó con los labios blancos: ¿Y se ha confesado?... ¿Sabe usted si se ha confesado? El cura no respondió, y ella volvió a repetir la pregunta, sacudiéndole el brazo.

Pues lo que es ella, maldito si se hubiera quedado por ti, ni por , ni por el lucero del alba. Y nosotros, ¿qué obligación tenemos de asistirla? No parece sino que.... ¿No dices que eres amigo de Gonzalvo? pronunció Lucía clavando los ojos en su marido. Amistad, así... de sociedad; ¿qué sabes de esas cosas? Amistad, como hay muchas. Pues entonces, ¿por qué vivimos juntos con los Gonzalvo?