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Actualizado: 17 de junio de 2025
Cuando Fernanda entró en el gabinete alzó los ojos y clavó en ella una mirada penetrante que la abrazó de la cabeza a los pies. Ni la hermosura ni el porte, singularmente elegante, de la joven debieron dejarle satisfecho, porque la convirtió inmediatamente a los naipes y exclamó con insolente protección: ¡Hola, pequeña! ¿Eres tú? ¿Cuándo has llegado?
1141 Mas cada uno ha de tirar en el yugo en que se vea; yo ya no busco peleas, las contiendas no me gustan, pero ni sombras me asustan ni bultos que se menean. 1142 La creia ya desollada, mas todavía falta el rabo, y por lo visto no acabo de salir de esta jarana; pues esto es lo que se llama remacharsele a uno el clavo.
Y díganme, ¿por ventura habrá quien se alabe que tiene echado un clavo a la rodaja de la Fortuna? No, por cierto; y entre el sí y el no de la mujer no me atrevería yo a poner una punta de alfiler, porque no cabría.
Y cuando hubo dado dos o tres pasos, sin volverse dijo: ¡Y que aproveche! La esposa de Montesinos levantó la cabeza y clavó en el P. Gil una mirada de estupor y curiosidad. ¿Qué es eso? El sacerdote, rojo de vergüenza y de indignación, alzó los hombros en señal de ignorancia y echó a andar hacia el caserón de Montesinos.
Los encuentra junto a Alcira ocultos en la orilla del río; con un revés de su espada, corta el cuello a las dos hermanas y San Bernardo es crucificado y le taladran la frente con un clavo enorme. Así pereció el santo patrón, adorado con fervor por los pequeños; el príncipe hermoso, convertido en vagabundo y pordiosero, sacrificio que halagaba a los más pobres de sus devotos.
No hubo tampoco medio de que tomara exclusivamente leche. ¡Huy! ¡qué repugnancia! No la puedo pasar. ¿Y quiere que sacrifique los últimos años de mi vida, ahora que podría morir contenta? Lidia no pestañeó. Había hablado con Nébel pocas palabras, y sólo al fin del café la mirada de éste se clavó en la de ella; pero Lidia bajó la suya en seguida.
Con la propia sencilla buena fe, desde el centro de la Dársena se extendía hasta los contornos; y si se forraba algún casco, nunca le faltaba una chapita ó clavo de cobre que ocultar en su remendada espuerta. Tal era la parte menos legal de su industria, que, en el poco tiempo que la ejerció, expuso su individual independencia á mil y un riesgos apuradillos. Por lo demás, lo pasaba en grande.
Recalde rompió dos o tres platos, dió puñetazos en la mesa, pero no consiguió que se cenara a las siete, y cuando la Cashilda le convenció de que allí se hacía únicamente su voluntad, y que no había ningún capitán ni piloto que le mandara a ella, para remachar el clavo acabó diciendo a su marido: Aquí se cena todos los días a las ocho, ¿sabes, chiquito?
Iremos a pasar un par de meses de primavera a Madrid. En la aldea te asfixias, como un pájaro dentro de la campana de una máquina neumática. Este gran pensador tenía a veces símiles felices, arrancados como el presente a las ciencias físico-naturales. En la viveza con que la joven aceptó el ofrecimiento, entendió que, como siempre, había dado en el clavo. Ventura aparecía como antes.
Nieves, que estaba deseándolo, complació bien fácilmente a su padre; el cual, al verse solo y al reconocer su herida, observó que con el final de la reciente escena había desaparecido el clavo, pero dejando la punta dentro. Cerca del anochecer, llegó don Claudio Fuertes. Don Adrián sorprendido y Leto atolondrado, bajaron hasta muy cerca de la botica sin decirse una palabra.
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