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Actualizado: 20 de junio de 2025


Aquella noche no ocurrió nada; pero a la tarde siguiente, Pseudo-Narcissus odoripherus, fue a buscarle a la botica de Samaniego, y le dijo que Fortunata tenía citas con un señor en una casa del paseo de Santa Engracia, un poquito más arriba de los almacenes de la Villa. x Tomó Maxi un coche para ir a Chamberí y a su casa.

Para eso habría sido menester multiplicar hasta lo infinito visitas que ya se repetían con demasiada frecuencia. Entonces fue cuando imaginó medios para verme fuera de su casa. Puso en esto aquel espantable atrevimiento que sólo es permitido a las mujeres que arriesgan el honor y a las que obran con indiscutible inocencia. Bravamente me dio citas.

Allí se cuentan, con nombre y apellido, las queridas de los hombres de moda; se saca la cuenta de sus hijos naturales; se explica por qué se deshizo el casamiento con fulana, cuánto perdió en el club zutano, por qué se fue a Europa, por qué se vino, a qué mujer enamora actualmente, cómo le hace caso, dónde se ven y hasta en qué casa tienen lugar las citas.

Porque sólo habiendo seducido muchas costureras en vidas anteriores, pudo nuestro mancebo poseer una noción tan exacta del procedimiento adecuado a este fin. Al fin se había rendido. Principió por abandonar a su novio. Concluyó por dar citas de noche como la presente al gallardo Pablito. ¿Duerme tu padre? fué la primer pregunta que éste hizo en cuanto se vió en el corredor.

Si don Francisco y yo tuviéramos un interés cualquiera en vernos, en andar juntos, no elegiríamos por cierto el locutorio de las Descalzas Reales para lugar de nuestras citas, ni á vos por testigo. En lo cual haríais muy bien. Y mucho más por la parte que me concierne, porque me excusaría de que pensárais mal de . Yo no pienso mal de vos; pero quisiera saber para qué habéis venido al convento.

Cuando es plenilunio, entro en el boscaje, de ensueños poblada la imaginación, y bajo la sombra del tibio follaje me siento muy niño, más cerca de Dios. Es la confidente de mis hondas cuitas la luna que argenta mi amado jardín, y me habla de aquellas prestigiosas citas que tuve con ella en un mes de Abril. Los recios flabelos de los cocoteros meciendo mi sueño, cantan sin cesar.

El primo va a la casa todos los días, y la acecha cuando sale, para hacerse el encontradizo... Algunas tardes no parece por la tienda. ¿Tendrán citas? He aquí mi idea. Te juro que lo he de averiguar. Imposible que yo no lo averigüe. Aunque tuviera que perder mi colocación, aunque me quedara sin camisa que ponerme... ¡Qué infamia!

Una intrusa jamás olvidada, la obsesionante compañera de un pacto adolescente, acude siempre a citas que no fueron para ella: Cordelia impalpable y silenciosa, estatua derribada en el jardín que heló y eternizó con labios de mármol perfecto, el primer beso. Es casi la tragedia de este libro.

Pero la generala no se avenía tan bien con el sesgo tranquilo y prosaico que tomaban sus amores; la seguridad, la exactitud de cronómetro de las citas, el amable sosiego que en ellas disfrutaba, la descorazonaron, comenzaron a aburrirla, y en sus adentros le pesaba de que Carmen se hubiese prestado tan gustosa a servirles.

Contra este viento, el viejo oponía una voluntad no menos férrea y tenaz. Todo el día se pasaba con su cabeza dura y gris, cubierta por un alto sombrero enlutado, hundido hasta las cejas, leyendo en alta voz las inscripciones funerarias. Las citas de las Santas Escrituras le gustaban y se complacía en corroborarlas con una Biblia manual. Aquélla es de los salmos dijo un día al cercano enterrador.

Palabra del Dia

rigoleto

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