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Actualizado: 20 de junio de 2025


Otras veces se quejaba el idealismo fantástico del clérigo como una tórtola; recordaba sin rencor, como en una elegía, los días de la amistad suave, tierna, íntima, de las sonrisas que prometían eterna fidelidad de los espíritus; de las citas para el cielo, de las promesas fervientes, de las dulces confianzas; recordaba aquellas mañanas de un verano, entre flores y rocío, místicas esperanzas y sabrosa plática, felicidad presente comparable a la futura.

Pero el título bajo el cual hace sus cortas citas, demuestra que el manuscrito que tuvo á la mano no es el de fray Gregorio, original ó copia, sino un traslado de la que existe en el mismo códice L j 5 de la biblioteca del Escorial que guarda anónima la Segunda parte de la crónica del Perú de Cieza de Leon, y que el célebre historiador norte-americano recibiria probablemente con otro traslado de esa segunda parte, endosada por quien lo sacó de los papeles del lord Kingsborough á Juan de Sarmiento, y remitido de Lóndres por Mr.

Pero enhorabuena, he de conceder la igualdad, que no tienen: en este caso, ¿no debiamos haber ocurrido á Valdivia á examinar y comprobar aquellas citas que eran un verdadero testimonio de la verdad? Pero ¿qué se hizo? Diferir en un todo á la autoridad del autor, como si las inaccesibles montañas, que formaba su imaginacion y discurso, fuesen verdaderas.

Ella cantaba, refiriéndose en sus canciones al ruiseñor, a las noches de luna, a las citas deliciosas en el jardín, al amor juvenil, y también las cosas que cantaba producían una impresión de realidad, a pesar de su embarazo y de su rostro envejecido. Y así hasta el amanecer.

Como otros muchos autores, Victoriano Sardou acostumbra á escribir, no ya los cróquis ó siluetas de aquellos argumentos que más tarde habrá de desarrollar, sino también pensamientos, frases dispersas, citas, artículos de periódicos en los que subrayó con lápiz rojo algunas palabras, y otros pequeños elementos cuya significación y alcance sólo él sabe, y que luego su imaginación y su memoria, laborando juntas, sabrán interpolar entre los hilos del nuevo drama.

La poesía épica predomina lo mismo que en la infancia de los pueblos en la de los hombres. Ana soñó en adelante más que nada batallas, una Ilíada, mejor, un Ramayana sin argumento. Necesitaba un héroe y le encontró: Germán, el niño de Colondres. Sin que él sospechara las aventuras peligrosas en que su amiga le metía, se dejaba querer y acudía a las citas que ella le daba en la barca de Trébol.

Aunque no se parece a ninguna otra, al fin es mujer. Está casada, y, sin embargo, ha consentido en que nos viéramos... luego es mía... en espíritu. El tiempo hará lo demás. Lo imposible, inútil y absurdo, dadas las circunstancias, sería repetir las citas al aire libre. Una vez, pase, por lo que tiene de poético. ¡Ya lo creo que tiene poesía!

Aquello del teatro..., salir del coro..., ser parte..., dos o tres duros..., los muebles... ¡Era cosa de volverse loca! ¿Y si todo fuera embustería de don Quintín, que tratase de llevarla a una indecente casa de citas por miedo a su mujer?

»La suerte me ha sido favorable, ya que favor llama el mundo á que le coloquen á uno donde todos le vean y le puedan zarandear á su capricho; y no extrañes que no te lo haya participado, porque entre las atenciones de mi destino, me olvido hasta de propio. »Reconociéndote la deuda que me citas, es ahora, como siempre, tu amigo que te quiere »Fulano de Tal.

Fortunata se quedó como muerta. «Pues qué... ¿no está enfermo?». Se le escapó esta espontaneidad, y cuando quiso contenerla ya era tarde. Hacía una semana que Santa Cruz no iba a las citas, y le había enviado, por medio de Cirila, un recadito. Se había caído del caballo en la Casa de Campo, estropeándose ligeramente un brazo.

Palabra del Dia

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