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Actualizado: 27 de junio de 2025
He visitado á Victoriano Sardou en su casa del Boulevard Courcelles, casa magnífica y fastuosamente amueblada, que podría servir de escenario á un drama de gran espectáculo: tapices soberbios visten las paredes: la tonalidad obscura del mobiliario insinúa algo de la complexión soñadora y romántica de su sueño; todo allí es penumbra y quietud; de los levantados techos cuelgan complicadas arañas de bronce.
Este plan envuelve algunas dificultades, pero tambien tiene en su favor para realzarlo la adhesión de los caciques Epamés y sus hijos, que se hallan situados próximos á la Cruz de Guerra, de distancia de 55 leguas de la capital; de Victoriano, entre la Laguna de Salinas y Santa Isabel,* 110*; de Quinteleo, hermano de Victoriano, y en comunicacion con los dos de Chile, desde las orillas del Colorado, 120: todos* en la direccion del OSO ENE. Estos caciques han manifestado deseos de vivir en sociedad, prestar sus auxilios, y contribuir gustosos á tan grande objeto.
Victoriano Sardou nació en 1831, y sus primeros años se deslizaron bajo el bello cielo provenzal. Ya en París, sus padres quisieron dedicarle al profesorado; pero él empezó á estudiar medicina, atraído, más que por una verdadera curiosidad científica, por el aspecto trágico de las salas de disección. Bien pronto las exigencias de la vida le obligaron á abandonar los estudios.
El famoso actor Edmundo Got habla en sus Memorias del desdichado estreno de La mariposa, obra de Victoriano Sardou, á quien yo conocí septuagenario y con un rostro burlón y astuto, de vieja histrionisa, y que tenía en la época á que Got se refiere un semblante reflexivo y dulce, de institutriz. La mariposa, como se dice en la pintoresca jerga de bastidores, «se hundió».
Todos lo reconocen así y nadie se atreve á contradecirle; y probablemente muchos de los artistas que hoy ocupan lugares eminentes en la escena francesa, se congratulan secretamente de que Victoriano Sardou no haya querido nunca ser actor. Mí última conversación con Victoriano Sardou ha sido interesante y muy larga.
Nadie mejor que Victoriano Sardou, que había frecuentado las veladas de Compiégne y los bailes de las Tullerías y salvado á la emperatriz en la terrible jornada del 4 de Septiembre, podía responder á tal deseo: así sus éxitos se multiplicaron.
Poetas se hallarán capaces de medirse con los consagrados nuestros: tales Guerrero y Apóstol. Rizal, Bernabé, Recto, Palma, Balmori, Pérez Tuells, Victoriano, Torres, Marfori, muéstranse también versificadores de inspiración y enjundia, sin desdeñar a los otros, ni a ninguno, como explícitamente demuestra la recolección de su cosecha pimplea. Pero no queremos trocar en índice lo que es prólogo.
También en Pacífico Victoriano y en Ramón J. Torres, poetas vigorosos. Recto discípulo de Guerrero como Marfori luce amplio léxico, rico de color. Es lírico verdadero. ¡Si no se repitiera! Palma, de estro enfermizo, fué delicado, noble y correcto. Balmori es desigual. Tiene temperamento. Sabe decir muy bellamente..., cuando quiere. Pérez Tuells ha de cuajarse. Ya da mucho. Más promete.
Un respetable escritor, virtuoso y docto, hijo de la orden de San Francisco, dice en sus escritos: «Dicho puente fué construido por el reverendo padre Fr. Victoriano de Moral.
También, según las circunstancias, llora ó ríe. No es raro dice, hallar huellas de lágrimas en mis manuscritos. Terminada la obra, Victoriano Sardou, que es, simultáneamente, un «visual» y un «auditivo», dedica toda su atención á ponerla en escena. A su juicio, es tan difícil presentar bien un drama, como escribirlo.
Palabra del Dia
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