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Actualizado: 3 de junio de 2025


UNA MUJER. ¡Entonces usted no es cristiano!... ¡Virgen del Carmen! ¡no quiere creerlo!... Señora, yo lo creo todo y he prometido un cirio de treinta libras a la Virgen del Pilar; mire, aquí tengo un rosario... MUCHAS VOCES. ¡A ver!... Mirad... y además, aquí tenéis una carta del superior de San Juan dirigida a . Leed...

¡Es claro! prorrumpió el cura chocando con fuerza las manos. ¡Y luego queréis no estar enfermos, y no tener ese color de cirio que tienes! ¡Cocidos en la cama, me entiende usted, toda la mañana como si fueseis a empollar huevos!... Vamos, vamos, levántate que hoy es domingo, y es necesario mudarse la ropa. Me la he mudado ayer contestó Andrés, pensando ganar algunos minutos.

El caballero siente el escalofrío de la muerte, viendo en su mano oscilar la llama de un cirio. La procesión de las ánimas le rodea, y un aire frío, aliento de sepultura, le arrastra en el giro de los blancos fantasmas que marchan al son de cadenas y salmodian en latín.

Era una confusa maraña de brazos nervudos y desnudos saliendo del agua para sostener al santo; un pólipo humano que parecía flotar en la roja corriente sosteniendo la imagen sobre sus lomos. Detrás iban el cura y los mandones a horcajadas sobre algunos entusiastas que para mayor lustre de la fiesta, se prestaban a hacer de caballerías, llevando ante las narices el cirio, de los jinetes.

Los muros estaban cubiertos con paños de damasco rojo galoneado de oro, que, como grandezas deseosas de humillarse, caían casi hasta el suelo de ladrillos polvorientos, y por bajo de la verja del presbiterio veíanse hincados de rodillas, con su cirio y escapulario, varios fieles que de rato en rato se relevaban, formando incesante guardia de honor al pie de la pirámide de llamas, en tanto que los sacerdotes, dando ejemplo de piedad, se persignaban rápidamente al pasar ante los altares.

Todos los días iba a rezar por su querida enferma y mientras se consumía lentamente el cirio ofrecido por ella, la joven sentía poco a poco amortiguarse su dolor y disiparse sus temores, ahuyentados como por un aletazo del pájaro místico de la esperanza, refugiado en el más pobre tabernáculo. ¡Hace tanta falta creer y esperar cuando se sufre!

Las señoras, agrupadas en la plazoleta, con todas sus criadas y María de la Luz, contemplaban la salida de la procesión, el lento desfile de las dos hileras de hombres, con la cabeza baja y el cirio en la mano, unos con chaqueta de paño pardo, otros en cuerpo de camisa y un pañuelo rojo al cuello, llevando todos su sombrero apoyado en el pecho.

No tenían escrúpulo en colocarse de pie sobre ellos y hasta encaramarse sobre los mismos santos, cuando así lo requería la necesidad de quitar el polvo a alguna moldura o poner un cirio en el paraje designado. La madre abadesa desde el coro, con la frente pegada a las rejas, dictaba sus órdenes como un general en jefe, con vececita delgada y áspera.

No salió una palabra de sus labios. El cirio que el sacristán le dio no era más amarillo que su rostro en aquel momento. Atravesamos las calles tristemente, precedidos de la campanilla fatal, que, a intervalos largos, tañía con repique temeroso. A la puerta de la casa, Matildita, Fernanda, los criados y algunas amigas, de rodillas y con cirios encendidos también, esperaban al Señor.

Salió paso a paso a la sala, deseosa de sorprender aquel secreteo. Fortunata entró, pálida como un cirio y con ojos aterrados; mas doña Lupe no le dijo nada. La vio que avanzaba hacia el gabinete, que daba algunos pasos hacia la alcoba deteniéndose en la puerta, y que desde allí alargaba el cuerpo para mirar a su marido. ¿Por qué no entró? ¿Qué temor la detenía?

Palabra del Dia

rigoleto

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