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Actualizado: 3 de junio de 2025


La joven se levantó sobresaltada para esquivar su mirada y fingió estar distraída en la elección de un cirio, que encendió y puso en el sitio del de la bretona. Después volvió a su banco y se arrodilló, con la cabeza entre las manos.

La señora se había puesto de pie, pálida como un cirio... y si sus piernas la hubieran obedecido, habría huído de aquella casa, donde nada tenía ya que hacer, puesto que su intención era otra bien distinta de la que la santita le prestaba: repugnábale pasar por más generosa de lo que, humanamente, se creía capaz... Y se oyó la vocecita fresca: ¡Es la tía Silda, mamá, es la tía Silda!

Yo prometo a la Virgen del Pilar ir de aquí a Jerez con los pies desnudos, un cirio de tres libras entre los dientes y las manos atadas a la espalda, cuando vea a ese renegado en un calabozo esperando su suplicio dijo un tercero.

Aquello no era vivir como cristianos. Eran perros furiosos persiguiéndose, con la sed de la pasión nunca extinguida. ¡Ah, la grandísima perdida! Ella y la madre le abrasaban las entrañas con sus bebidas. Bien se veía en Pepet, cada vez más flaco, más amarillo, más pequeño, como un cirio que se derretía.

Vamos, niño, , ¿por qué os pegasteis? repitió Demetria sacudiéndole por el brazo con impaciencia. Pepín vaciló todavía algunos instantes: al cabo profirió titubeando: Porque... porque... porque dijo que no eras mi hermana... que eras del hospicio. Toda la sangre de Demetria fluyó al corazón: quedó pálida como un cirio. No pudo articular palabra.

Y no se olvide que, por aquellos, tiempos, era de pública voz y fama que, en ciertas noches, la plazuela de San Agustín era invadida por una procesión de ánimas del purgatorio con cirio en mano.

Catorce cruces iguales a la que cerca de Stein estaba, se seguían de distancia en distancia, hasta la última, que se alzaba en medio de la plaza haciendo frente a la iglesia. Era esto la via crucis. Momo volvió, pero no volvía solo. Venía en su compañía un señor de edad, alto, seco, flaco y tieso como un cirio.

A las pocas frases de la letanía, los jornaleros, aburridos de la ceremonia, con el cirio hacia abajo, contestaban automáticamente, imitando unas veces el ruido del trueno y otras un chillido de vieja, que hacía a muchos de ellos llevarse el sombrero a la cara. ¡Sancte Jacobe! cantaba el sacerdote.

La imagen modesta, la iglesia desmantelada y sin más adorno que algún rizado cirio y humildes flores aldeanas puestas en toscos cacharros de loza, todo excitaba en Julián tierna piedad, la efusión que le hacía tanto provecho, ablandándole y desentumeciéndole el espíritu.

Cubriéronse entonces apresuradamente la cabeza las mujeres; tomamos cada cual un cirio de los que cuidaban los dos hombres, y dímosle otro a don Pedro Nolasco que se había movido hacia el grupo; y siendo yo parte principalísima de él, con él llegué bien pronto, a todo andar y casi arrollando al aturdido gigante, al balcón de la cocina.

Palabra del Dia

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