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Actualizado: 23 de mayo de 2025
LEONIE. ¡Dispense, mi querido ahijado, que le haya hecho esperar...! Estaba acabando de arreglarme... ¿Por qué no me anunció usted su llegada en la última carta...? ¡Habría ido a aguardarle a la estación...! CIRILO. Ha sido un viaje imprevisto. Vengo para preparar mi desmovilización. LEONIE. ¡Oh! ¡Es una lástima...! ¡Le sentaba tan bien el uniforme...! CIRILO. ¡Bastante lo llevé ya...!
¡Quieto, Fidel! Apenas se había llevado a feliz término la reconciliación de los novios oyéronse en el parque altas y alegres voces y carcajadas. ¿Cómo? ¿Están ahí Visita y Cirilo? exclamó Elena con el semblante iluminado de alegría. Y acto continuo salió corriendo de la glorieta. Clara y Tristán la siguieron. Los dos huéspedes venían acompañados de don Germán conversando y riendo.
Le ayudaré; seré su abnegada compañera, su esclava, y le amaré tanto que acabará por ser dichoso...» Todas las noches me dormía pensando en ti y rezaba también por ti... ¡Porque sabrás que tengo sentimientos religiosos...! LEONIE. ¡Sí...! No lo tomes a broma. Estoy segura de haberte preservado de algunos peligros. CIRILO. ¡Qué extraño...!
La recibió Cirilo con ceremoniosa cortesía hablándole de dinero, presentándole cuentas y libros, anunciándole que al día siguiente le enviaría los intereses vencidos de las acciones del Banco. Visita no se presentó. Se hallaba un poco indispuesta, al decir de su esposo. Salió de aquella casa con el corazón tan apretado que en cuanto montó en el coche estalló en sollozos.
Hostigado por los recelos que Cirilo y Visita le infundían y ardiendo en deseos de cerciorarse de la intriga que contra él se tramaba, no dudó en faltar a la delicadeza espiándolos. Sabía que el matrimonio se hallaba en el cenador con el marquesito, y hacia allá se dirigió sin hacer ruido.
CIRILO. Prefiero permanecer al lado de mi querida madrina, que ha sido tan buena para mí y a la que yo deseaba tanto conocer. Sus cartas me sostuvieron durante las horas penosas. Tengo que felicitarla. ¡Escribe usted como madame Sevigné...! Tengo mis títulos académicos, aunque maldito si me sirven de algo. CIRILO. Una mujer no debe sentir nunca ser instruida, cuando es bonita.
LEONIE. ¡Indudablemente...! ¡Pero es preferible que sea bonita...! LEONIE. ¡Bah! ¡Ya ves que tengo aquí a mi ahijado...! Que mande a Carmen, o a Irma. LA SIRVIENTA. ¡Es que el general quiere que seas tú...! LEONIE. ¡Pues contéstale que he salido y déjanos en paz...! Este breve coloquio sume a Cirilo en una estupefacción inquieta. La sirvienta sale. CIRILO. ¿Tiene usted mucho trabajo?
Pero entre todos los asnos antiguos y modernos ninguno estuvo más satisfecho de su naturaleza asnal que el ilustre Pareja. Cirilo quedó sorprendido cuando oyó tocar suavemente en la puerta de su despacho. Conocía perfectamente la mano que daba aquellos golpecitos. ¡Pero ya! exclamó . ¡Adelante, adelante! Visita se presentó peinada y vestida como para salir.
El sargento Cirilo Bauquet llega a París; su primer cuidado es visitar a la señora Leonie Marchesse, una persona muy amable, que lo eligió como ahijado y que durante cuatro años de guerra lo colmó de regalos y de golosinas y le escribió cartas deliciosas, muy bien compuestas, a las cuales respondió él con páginas muy elocuentes; durante la lucha le describía los duros combates, y después del armisticio le hizo la crónica de la ocupación.
Palabra del Dia
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