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CIRILO. Antes de la guerra estaba de cura ecónomo en Saint-Sacernien-Haute-Garonne. Senté plaza para mientras durase la guerra, como mis compañeros. ¡Veinticuatro meses disfrazado! Luego me hirieron en Bouchavesnes; después entré en aviación. ¡Y aquí estoy...! No me guarde usted rencor por esta tardía confesión, puesto que usted misma la ha provocado.

Jamás se da un escándalo; las mujeres no se extralimitan en nada; nunca hemos tenido disgustos con la Policía. Pero me estoy charla que charla y no me acuerdo de que hablemos de ti. CIRILO. ¡Bah! ¡Yo no soy interesante...! LEONIE. ¿Por qué...? Vas a ser desmovilizado y debes preocuparte del porvenir... CIRILO. Volveré en seguida a mi antigua profesión...

El marquesito y Cirilo, al verle, se pusieron en pie y sus ojos no pudieron menos de expresar la sorpresa y la inquietud. El mismo Tristán, a pesar de hallarse bajo el peso de un desengaño doloroso, miró con estupor a aquel extraño personaje. Reynoso lo presentó con palabras afectuosas y cordiales, desvaneciendo la primera desagradable impresión.

Usted hubiese encontrado en una criada sumisa y pronta a embellecerle todos los minutos de la vida. Hay que renunciar a ello; vuelvo a caer en mi miseria... CIRILO. ¿Por qué no intenta usted siquiera un esfuerzo...? LEONIE. Le repito que no resulta práctico.

Cirilo le atajó suavemente haciéndole observar que del arte sublime son pocos en la tierra los que pueden gozar, que es necesario otro más asequible a los pequeños. Pero Tristán, que no sufría la contradicción, se lanzó aún con más violencia contra el teatro moderno. La discusión iniciada con prudencia fue adquiriendo un temple sobrado caluroso. Elena la cortó resueltamente.

LEONIE. A pesar de mi profesión, yo, hijo mío, soy una buena muchacha... ¡Es que no tienes confianza con tu madrina...! Yo pensé: «¡Si me descubro, no me escribirá con tanta franqueza...!» Además, hubiera usted dejado de enviarme las golosinas y los obsequios, que yo repartía entre mis compañeros. ¡Fuí muy culpable y ahora sufro el castigo de mi disimulo...! CIRILO. ¡Soy cura...!

Al despedirse de Cirilo le dijo Elena: Hazme el favor de pagar a los criados y cerrar la casa. ¿Cerrar la casa? exclamó aquél. replicó Elena rompiendo a llorar . Yo no volveré ya más, suceda lo que suceda. Y se apresuró a montar en el coche. En el trayecto a la estación Visita la besaba cariñosamente y le decía al oído: ¡Ánimo, Elena! El corazón me dice que volverás a ser feliz.

Cuando se puso en pie había recobrado el sosiego, todo el sosiego del alma. Su resolución estaba tomada. Se dirigió con paso firme a su despacho, guardó de nuevo el revólver y se puso a escribir algunas cartas. Una larga para Tristán, otra para Cirilo. La última para su mujer. «Elena: Perdona que por última vez me dirija a ti. Es de absoluta necesidad para tu futura existencia.

Cirilo y Visita permanecieron mudos, estupefactos ante aquel extraño discurso. Deseo saber repitió al cabo de un instante, recalcando más las palabras , si en el curso que hasta ahora ha seguido nuestra amistad tienen ustedes algún motivo de queja contra .

¡Tienes mucha razón, amigo mío! exclamó Reynoso riendo . En este caso soy un traidor... Pero ellas me perdonan porque las dejo lo bastante para alimentarse y las estimulo a trabajar. De otro modo se aburrirían... No se apure usted, don Germán. Los traidores saltan en todas partes replicó Tristán dirigiendo una mirada penetrante a Cirilo y Visita.