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Actualizado: 23 de mayo de 2025


En el mismo salón de la Bolsa sufrió Cirilo un ataque de hemiplejia, le trajeron a casa accidentado y aunque recobró prontamente el conocimiento, se notó que había quedado herido del brazo y pierna izquierdos. Mejoró bastante luego gracias a ciertos baños, pero en el brazo apenas tenía movimiento y la pierna la arrastraba penosamente.

Por lo visto, la baronesa se dedica al comercio. Cirilo llama; repique lejano. Una criadita, con cara de parisiense, abre. CIRILO. ¿Vive aquí la señora baronesa de Boel? LA SIRVIENTA. , señor. CIRILO. ¿Podría hablar con la señorita Leonie Marchesse? LA SIRVIENTA. No si estará levantada ya. LA SIRVIENTA. Las damas estas se acostaron muy tarde.

Por otra parte comprendía el daño que tal precipitación podía ocasionarle en el ánimo de la familia Reynoso. Respondió a Cirilo dándole excusas y rogándole guardase reserva de lo ocurrido. Llegó el día del aniversario del matrimonio de los Reynoso, que siempre se celebraba con alegría. Sólo el segundo año dejó de hacerse por estar reciente el fallecimiento de doña Dámasa, madre de Elena.

Ya debemos cinco meses y de un día a otro nos pondrán los pocos trastos que tenemos en la calle... ¡Dios mío, Dios mío, qué va a ser de nosotros! ¡Vaya por Dios! ¡Infeliz mujer! exclamó Visita por lo bajo. Cirilo sacó una moneda del bolsillo y se la entregó. ¿Qué le has dado? le preguntó su esposa al oído. Una peseta. Dale más. Sacó un duro y se lo dio. ¿Qué le has dado? Un duro. Dale más.

Aunque pronunciadas estas palabras en tono jocoso, Elena, que conocía bien a su marido, descubrió en la inflexión de la voz un poco de cólera. En efecto, don Germán estaba enterado de la escena de Tristán con su amigo y pariente Cirilo. Visita se la había contado en secreto a Elena y ésta también en secreto a él.

Los bueyes resoplando, el buen hombre cantando todo el camino y nosotros riendo. ¡Qué sacudidas! ¡Qué traqueteo! Una de las veces éste no pudo sujetarse y cayó sobre y sin querer me dio un beso... Sería muy bien queriendo; Cirilo es pícaro dijo Elena.

Nosotros no tenemos hijos. Dios nos ha protegido hasta ahora y nos seguirá protegiendo. Cirilo echó mano a la cartera y le entregó un billete de cincuenta pesetas. La mujer, sorprendida y roja de emoción y de alegría, no encontraba palabras para dar las gracias. Se deshacía en fervorosas bendiciones.

En esto ve Cirilo un carro de bueyes que había venido a traer madera. «¡Eh, buen hombre! ¿Quiere usted llevarnos al Sotillo?» «Por allí tengo que pasar; amóntense ustedes.» ¡En un carro de bueyes! exclamó Elena. Tristán se excusó de no haberles visto aunque había venido en el mismo tren.

LEONIE. Ahora hay algo menos que hacer, a causa de la marcha de los norteamericanos. Dentro de poco no nos quedará mas que la clientela ordinaria... CIRILO. ¡Ah...! ¿Se dedica usted a los negocios? LEONIE. ¿A qué negocios...? CIRILO. Yo creía... Acabo de ver en la puerta una placa comercial... LEONIE. Y como no me los pedías, yo no te los di.

CIRILO. ¡No...! Pero los soldados que pasaron en las primeras líneas los meses más rudos conservaron la rudeza de su precaria existencia. No saben hablar a las mujeres, y alguno hubiera podido agraviarla... LEONIE. ¡Bah! ¡Figúrate ...! ¡Precisamente en mi oficio...! CIRILO. Desconocía su oficio, como usted dice. Suponía que usted era el ama de gobierno de una señora anciana... su lectora...

Palabra del Dia

bagani

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