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Actualizado: 23 de junio de 2025
Ver D. Bonifacio las primeras muestras del estilo de Senquá y chiflarse por completo, fue todo uno. «¡Barástolis!, ¡esto es la gloria divina decía ; es mucho chino este...!». Y de tal entusiasmo nacieron pedidos imprudentes y el grave error mercantil, cuyas consecuencias no pudo apreciar aquel excelente hombre, porque le cogió la muerte.
El jefe de los pescadores se le puso delante, vacilando sobre sus altos zuecos de planta de fieltro, diciendo: ¡Hola! ¡Os creía muerto, Capitán! ¡Os habéis emborrachado, canallas! le dijo Van-Stael, amenazándole con el puño. ¡Sí, sí! añadió el chino, tartamudeando . ¡Bebed... el sciam-sciú es... excelente!... Aún... queda... Lo juro... Pero, ¡desgraciado!; ¿no oyes los gritos de los salvajes?
Cornelio, Hans y el mismo Van-Horn, paralizados por el terror, estaban como clavados en el suelo; pero el Capitán había acudido en socorro del joven con un hacha en la mano. Sabía que un momento de retardo podía ser fatal al pobre chino, cuyos huesos crujían ya, oprimidos por los anillos de la serpiente.
Vestido como un mandarin, con gorra de borla azul, se paseaba el chino Quiroga de un aposento á otro, tieso y derecho no sin lanzar acá y allá miradas vigilantes como para asegurarse de que nadie se apoderaba de nada.
Otro empleado, muy joven aún, simuló estar perdidamente enamorado de la mujer del embajador chino; durante algún tiempo logró atraer sobre él la atención y aun la compasión; pero la gente experimentada no tardó en comprender que aquello no era sino una imitación miserable de una auténtica originalidad, y todos le volvieron con desprecio la espalda. Hubo otras muchas tentativas de la misma índole.
Momentos después, volvió con un niño chino, listo en apariencia, cuyo aspecto inteligente me hizo tan buena impresión que lo contraté en seguida. Cuando estuvo cerrado el trato, le pregunté su nombre. De-Hinchú dijo el muchacho. Pero, ¿eres tú el niño enviado por Hop-Sing? ¿Cómo diablos no has venido hasta ahora? ¿Cómo has entregado la carta? De-Hinchú me miró con una sonrisa.
Hasta que un amigo le dice al oído: «¿No ves, papanatas, que lo que tu huésped quiere no son banquetes, ni pescas, ni cacerías, sino a tu hermosa mujer?» Entonces el chino, despertando de pronto de su ignorancia, toma a su mujer de la mano, se dirige con ella al mandarín, y le dice: «Perdóname, señor, yo no veía tu tristeza, yo no adivinaba tus deseos. Aquí tienes a mi esposa.
Sosegóse no obstante muy luego, y agregó: No me pasmo de nada de eso, ni digo que don Eugenio mienta; pero... usted... es un papanatas, un infeliz, porque aquí no se trata de Sabel, ¿entiende usted?, sino de su padre, de su padre. Y su padre le ha engañado a usted como a un chino, vamos.
¡Dediquemos el pansit al chino Quiroga, uno de los cuatro poderes del mundo filipino! propuso Isagani. ¡No, á la Eminencia Negra! ¡Silencio! exclamó uno con misterio; en la plaza hay grupos que nos contemplan y las paredes oyen.
El desgraciado chino, casi sofocado, pálido como un muerto y con los ojos fuera de las órbitas, agitaba desesperadamente el brazo que le quedaba libre, haciendo por agarrar la cabeza del reptil, que tenía la bifurcada lengua fuera de la boca.
Palabra del Dia
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