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Actualizado: 23 de junio de 2025
Y despues añadió: ¡Pobre joven!... Si todos pensasen y obrasen como él, no digo que no... ¡Pobre joven! ¡Pobre Florentino! La noche de aquel mismo sábado, el chino Quiroga que aspiraba á crear un consulado para su nacion, daba una cena en los altos de su gran bazar situado en la calle de la Escolta.
Asensio había estado en Cuba algún tiempo, de soldado, y contó anécdotas de aquella tierra. Lo que más le gustaba era hablar de los chinos. Son de mal intención, pero buenos cocineros, eso si. Digáis a un chino que os haga un arroz. Os hace una cosa manífica. Es gente raro. Luego se ponen a chun, chun, chun. ¿Y entenderles? nada. ¿A nosotros? Rabia nos tenían.
Pero Simoun no quería ver á nadie é hizo decir al chino Quiroga que dejase las cosas como estaban, con lo que éste se fué á ver á don Custodio para preguntarle si debía ó no armar su bazar, pero don Custodio tampoco recibía: estaba á la sazon estudiando un proyecto de defensa en el caso de verse sitiado.
Se sentía con fuerzas todavía para rehacer su fortuna; y vuelto a Timor, ofreció sus servicios a un rico negociante de trépang, el chino Lia-King, el cual, sabiendo con qué experto y hábil marino trataba, no dudó en confiarle el mando de uno de sus mejores juncos.
Detonaciones de botellas de champagne, chocar de copas, risas, humo de cigarro y cierto olor particular á casa de chino, mezcla de pebete, opio y frutas conservadas, completaban el conjunto.
Cornelio y Hans lo siguieron, llegando hasta un grupo de enormes duriones. Allí, con gran angustia, vieron en el suelo algunos panes de sagú pisoteados, balas de fusil, un pedazo de paño que reconocieron como perteneciente al traje del Capitán, y el sombrero del chino; observaron, además, algunas flechas clavadas en los troncos de los árboles, una maza medio rota y cuerdas de fibras de rotang.
Dió un rápido salto atrás para librarse de la serpiente, y en seguida le asestó otro terrible hachazo, que la tendió en la yerba con el casco de la cabeza partido en dos. ¡Pobre muchacho mío! exclamó el valiente Capitán acudiendo adonde estaba el chino . ¿Te ha roto las costillas?
Ti-Chin-Fú y su cometa continuaban invisibles, remontados ciertamente al Cielo Chino de los abuelos, y ya el aplazamiento del remordimiento visible hacíame olvidar el deseo de la expiación. Sin duda el viejo letrado estaba fatigado de dejar sus regiones inefables para venir a reclinarse en mis muebles.
El chino Quiroga respetaba mucho al joyero no solo por saberle muy rico sino tambien por las susurradas inteligencias que le atribuían con el Capitan General.
El chino ligero, que vive de pescado y arroz, hace su casa de tabla y de bambú. El japonés vive tallando el marfil, en sus casas de estera y tabloncillo. Allí se ve donde habitan ahora los pueblos salvajes, el esquimal en su casa redonda de hielo, en su tienda de pieles pintadas el indio norteamericano: pintadas de animales raros y hombres de cara redonda, como los que pintan los niños.
Palabra del Dia
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