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Sin agraviar, yo ajustarlas como la misma luz, y que el D. Carlos, cuando se le hace mucho lo que nos da, se pone malo por ahorrarse algunos días, lo cual que ha de saberle mal a la difunta. Cállate, mala lengua. Mala lengua , y... ¿quieres que te lo diga?... ¡adulona! ¡Lenguaza!».

Otro motivo de respeto era el saberle poseedor de una gran navaja a pesar de los registros que hacían los tripulantes del buque en la gente peligrosa; navaja que nadie había visto, pero que mencionaba con frecuencia en sus bravatas.

Es más; al principio, los enemigos lo habían tratado sin ninguna consideración, pero el mérito no puede permanecer mucho tiempo en la obscuridad, y cierto profesor alemán que había sostenido en otro tiempo correspondencia con el grande hombre sobre hallazgos arqueológicos, al saberle prisionero, consiguió trasladarlo á su ciudad, haciéndole más llevadero el cautiverio.

Ocho dias despues, 500 Cários armados, con gran secreto, y sin saberle nosotros, se fueron dos ó tres leguas del real, á buscar los Maigenos que huyeron: y habiendo dado en ellos, pelearon con tanta obstinacion que murieron 300 Cários é ¡numerable multitud de los Maigenos, que eran tantos, que ocupabon cerca de una legua.

El chino Quiroga respetaba mucho al joyero no solo por saberle muy rico sino tambien por las susurradas inteligencias que le atribuían con el Capitan General.

Era «rebajarse». Había huido de él sin explicación alguna, y luego, al saberle en peligro de muerte, apenas se había interesado por su salud. Un simple telegrama en los primeros momentos, y luego nada: ni una mala carta de unas cuantas líneas, ella que con tanta facilidad escribía a los amigos. No, no iría a verla. El era muy hombre...

Tal vez porque el ser amada, fuera por quien fuera, no podía saberle mal aunque ella tuviese que desdeñar y hasta vituperar aquel amor.

Todo continuaba lo mismo: las luces ardiendo, derramando en copiosos chorros la blanca cera sobre las arandelas; las imágenes en el propio sitio, sin mover brazo ni pierna ni desplegar sus austeros labios; la mujer sumida plácidamente en un sueño que debía saberle á gloria; todo seguía lo mismo, menos la caja azul, que se había quedado vacía.