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Allí va á haber robla. El que está apoyado sobre sus engalanadas cabezas, hombre que tiene la suya algo más sucia, calzones de manga corta, con un tirante sólo, chaqueta al hombro y sombrero de copa alta, más que medianamente apabullado, es el dueño de la pareja, y conocido y honrado en su pueblo por el nombre de Antón Perales.

Buscó en su cesto de provisiones lo que le pareció más exquisito, depositándolo á puñados sobre su chaqueta para que comiesen los dos amantes refugiados en sus pliegues.

Casualmente tropezó con él en la cocina, donde preguntaba algo a Sabel en queda voz. Acercósele Perucho, y asiéndole de la chaqueta exclamó: ¿Mis dos cuartos? No hizo caso Primitivo. Dialogaba con su hija, y, a lo que Perucho pudo comprender, ésta explicaba que el señorito había salido de madrugada a tirar a los pollos de perdiz, y suponía que anduviese hacia la parte del camino de Cebre.

Manín para aquí, para allá: el grosero aldeano se había hecho famoso no sólo en Lancia, sino en toda la provincia. Aquel calzón corto, aquella media blanca de lana con ligas de color, chaqueta de bayeta verde y sombrero calañés, le daban un aspecto original en la ciudad, donde por milagro se veía ya un hombre con este arreo.

La exigencia de los pigmeos resultaba tan cómica, que ahogó en él todo intento de indignación. Pero volvió á fruncir el ceño cuando el profesor le pidió que se despojase de su chaqueta y sus pantalones, conservando únicamente la ropa interior. No me diga que no, gentleman suplicaba Flimnap juntando las manos . Siga mis consejos.

Sosteniendo la chaqueta con una mano, metió la otra en el bolsillo superior, extrayendo uno tras otro á los dos pigmeos para depositarlos dulcemente en la popa de la embarcación. Ra-Ra se mostró sombrío y ceñudo, mirando al Hombre-Montaña con hostilidad, como si recordase aún el golpe que le había dado con un dedo para que permaneciese dentro del bolsillo.

El Guarro sacó de la chaqueta con aire de triunfo, media cucharilla de plata. ¿Qué valdrá eso? Seis u siete ríales. Pues al café. Recogieron el fruto de su trabajo, dividiéronse en los sacos el peso, y atravesando barrios enteros, después de matar el gusano en una taberna, fueron a salir por rondas y afueras más allá del Cristo de las Injurias.

El imperio de la chaqueta era tan general como lo real; por entonces todos vestían chaqueta, como todos pertenecían á una corporación, municipio, archicofradía ó instituto real. Todo era chaqueta y todo era real. La majestad andaba en chaqueta.

El toro entró, corriendo tras el forro rojo de la chaqueta, atraído por este adversario digno de él, y volvió su cuarto trasero a la figura de falda negra y cuerpo violeta que, en la estupefacción del peligro, seguía con la lanza bajo el brazo. No tenga mieo, doña Zol: éste ya es mío dijo el torero, pálido aún por la emoción, pero sonriendo, seguro de su destreza.

Poco tardaron los bailarines en bajar hacia la rectoral, cantando y atruxando como locos, y con ellos descendió Julián. El cura esperaba en la portalada misma: recogidas las mangas de su chaqueta, levantaba en alto un jarro de vino, y la criada sostenía la bandeja con vasos.