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Actualizado: 16 de junio de 2025


Eso no es justo, me dijo Farinelli. Y aquella tarde, en la habitación del Rey, leía versos franceses de un poeta que principiaba a hacerse célebre, de Voltaire, y que Farinelli recitaba con calor y entusiasmo, sobre todo, cuando llegó a este pasaje: Qui sert bien son pays n'a pas besoin d'aieux Bella máxima exclamó el Rey. , señor repuso Farinelli; y es más bella todavía puesta en práctica.

Presumo que el motivo es éste: en vez de agotarme en una defensa angustiosa y a toda costa contra lo que sentía, como deben de haber hecho todos, y aún los marineros sin darse cuenta, acepté sencillamente esa muerte hipnótica, como si estuviese anulado ya. Algo muy semejante ha pasado sin duda a los centinelas de aquella guardia célebre, que noche a noche se ahorcaban.

Supongo que éste no escapa a la ley común, y aunque proviene simplemente de la venta de un coleccionista célebre, cultivo piadosamente esta leyenda, cuya autenticidad tiene por suprema garantía mi propia autoridad reforzada con la del profano vendedor. La joven se puso a tocar un Lied de Mozart, y después cantó la romanza de Martini «Placer de amor».

El ejemplo más notable de lo que afirmo se hallará en el célebre novelista inglés Richardson. El autor de Clarisa Harlowe y de Pamela, que á su ingenio admirable, á su exquisita sensibilidad y penetración añade la circunstancia de ser el padre de la novela moderna, apenas es hoy leído, á lo menos en los países latinos.

Esta Pepay era una rozagante moza que pasaba por ser muy amiga de don Custodio: á ella acudían los contratistas, los empleados y los intrigantes cuando algo querían conseguir del célebre concejal.

Pero no dejaba de gozar puerilmente con la perspectiva del baile, al cual pensaba asistir vestido de paje de los Reyes Católicos. Fué una idea que le suministró Clementina. El modelo lo sacaron de un célebre cuadro que había en el Senado. Ella estaba enamorada del retrato de D.ª Margarita de Austria, esposa de Felipe III, hecho por Pantoja.

Beracochea era hombre con tipo de mosquetero: nariz aguileña, barba negra en punta, sombrero de ala ancha y melenas. Llevaba un bastón grueso, cuyo mango era un martillo, y volvía de sus paseos con los bolsillos llenos de piedras. Beracochea tenía fama de hereje; él decía con orgullo que su padre había sido uno de los primeros suscriptores a la célebre Enciclopedia metódica de Diderot.

La fundación, dotación y construcción del colegio de los Jesuitas ocuparon la atención del célebre Prelado de que hablamos, en los últimos años de su Pontificado, y la dirección y política de aquellos P. P. consiguieron en siete años ver levantada su fábrica y edificio con la mayor magnificencia, empleando en dicha obra mas de ciento trece mil pesos, sin contar las pinturas y alhajas que se colocaron después en la Iglesia y en el Oratorio, sagrados lugares que justamente llaman la atención del viagero.

Yo le he hecho creer a mi mamá que entre y yo ganamos aquella célebre batalla. ¿Y Santorcaz? En Madrid sigue de comisario de policía. Nadie le puede ver; pero él se ríe de todos y cumple con su obligación. Con que juguemos. Yo voy al caballo.

Y agitado en su interior por estos pensamientos, avanzaba penosamente, trazando zigzags como si estuviera ebrio, cada vez más pálido y extendiendo sus brazos al pedir mentalmente que lo arrancasen del mundo. Había llegado frente a San Juan, y su mirada, cada vez más indecisa y obscura, se fijó en la célebre veleta, en el pajarraco que doraba el sol, dándole el brillo de un ave del Paraíso.

Palabra del Dia

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