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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Para ellos no había conserje, cargos ni títulos dignos de su consideración, y pasaban por en medio del mismísimo claustro de profesores, sin ocurrírseles llevar la mano á la visera por vía de saludo. Sólo temían y respetaban, y hasta querían, á su propio catedrático, el que ya no existe, don Fernando Montalvo.
Se mortificó, oró, luchó, pero si consiguió la paz en su aspecto, no consiguió la paz de su espíritu. Se dedicó al estudio, arrojó sobre sí los penosos trabajos del púlpito y del confesonario, y llegó á ser catedrático de la Universidad de Zaragoza, y logró que le mirase todo el mundo con afecto.
En medio de aquella plaza, compás ó patio, y dando frente á la Universidad, álzase desde la primavera de 1868 la Estatua de Fray Luis de León, discípulo que fué y luego catedrático, de aquel emporio del saber. Por ninguna parte se veía alma viviente. Nosotros nos sentamos al pie de la estatua, y nos pusimos á recapacitar en la historia y en la grandeza de cuanto teníamos ante la vista.
Raimundo siguió la carrera de ciencias. Quería ser catedrático como su padre, y, dada la brillantez con que salía en los exámenes, nadie dudaba que lo consiguiera pronto.
Era un caballero de cincuenta a sesenta años, bajo, delgado, con bigote y perilla canosos, ojos saltones y distraídos, resguardados por gafas. Llamábase D. Juan Peñalver. Era catedrático de Filosofía en la Universidad y había sido ministro. Gozaba fama de sabio, con justicia, y de una respetabilidad que pocos habían alcanzado en España.
Entretanto un movimiento se inicia y los grupos empiezan á moverse; el catedratico de Física y Quimica ha bajado á clase. Los alumnos, como burlados en sus esperanzas, se dirigieron al interior del edificio dejando escapar exclamaciones de descontento. Plácido Penitente sigue á la multitud. ¡Penitente, Penitente! ¡le llamó uno con cierto misterio firma esto! Y ¿qué es eso? No importa, ¡fírmalo!
¡Enhorabuena! dijo; pero no vea usted en mí á su catedrático; yo soy un fraile y usted un estudiante filipino, ¡nada más, nada menos! y ahora le pregunto á usted ¿qué quieren de nosotros los estudiantes filipinos? La pregunta llegaba de sorpresa; Isagani no estaba preparado. Era una estocada que se desliza de repente mientras hacen el muro, como dicen en la esgrima.
El catedrático era un dominico joven, que había desempeñado con mucho rigor y excelente nombre algunas cátedras en el Colegio de S. Juan de Letran. Tenía fama de ser tan gran dialéctico como profundo filósofo y era uno de los de más porvenir en su partido. Los viejos le consideraban, y le envidiaban los jóvenes, porque entre ellos tambien existen partidos.
¿En qué quedamos pues? preguntó el catedrático algo desconcertado y mirando con inquietud al intransigente alumno; ¿influye ó no influye la sustancia que está detrás, sobre la superficie? Ante esta pregunta precisa, categórica, especie de ultimatum, Juanito no sabía qué responder y su americana no le sugería nada. En vano hacía señas con la mano á Plácido; Plácido estaba indeciso.
Ya tengo bastante de Monte-Carlo. ¡Lo que dejo aquí!... Dinero, ilusiones... Miguel se muestra discreto. Cree oler en su amigo el desengaño inesperado, la decepción, que necesitamos olvidar para que no continúe atormentándonos. Se acuerda de Valeria, y no ve en la persona del catedrático el menor vestigio que denuncie el roce con la mujer.
Palabra del Dia
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