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Actualizado: 10 de mayo de 2025
La clase estaba aterrada: semejante acto de dignidad no se veía casi nunca: ¿quién se iba á figurar que Plácido Penitente...? El catedrático, sorprendido, se mordió los labios y le vió alejarse moviendo la cabeza algo amenazador. Con voz temblorosa empezó entonces el sermon sobre el mismo tema de siempre, aunque con más energía y más elocuencia pronunciado.
No lejos de ellos, y por cierto molestándolos a veces no poco, había dos o tres grupos de alborotadores, y a lo lejos se oía el antipático estrépito del dominó, que habían desterrado de su sala los venerables. Los del dominó eran siempre los mismos: un catedrático, dos ingenieros civiles y un magistrado. Reían y gritaban mucho; se insultaban, pero siempre en broma.
Y le hacía un sermoncito sobre este tema, con tanta conviccion y entusiasmo que Basilio llegaba á sentir simpatías por el predicador. El P. Irene prometía ademas procurarle un buen destino, una buena provincia, y hasta le hizo entrever la posibilidad de hacerle nombrar catedrático. Basilio, sin dejarse llevar de las ilusiones, hacía de creer y cumplía con lo que le decía la conciencia.
Aquella noche fue, en efecto, Miguel con su tío a casa de la intendenta, quien le recibió con mucho agasajo: no tanto a los tres o cuatro amigos de que había hablado tío Manolo, y que fueron entrando uno después de otro. Todos ellos eran entrados en días; uno era coronel retirado; otro, catedrático de matemáticas en la facultad de ciencias; otro, ex-gobernador de provincia.
Un catedrático de clínica le salió al paso y poniéndole misteriosamente la mano sobre el hombro el catedrático era su amigo le preguntó en voz baja: ¿Estuvo usted en la cena de anoche? Basilio, en el estado de ánimo en que se encontraba, creyó oir anteanoche. Anteanoche fué la conferencia con Simoun. Quiso explicarse.
El español, al afeitarse por primera vez, es ya licenciado y va para doctor. La nodriza acabará por sentarse al lado del catedrático.
Hace más de ocho años que soy catedrático, continuó el P. Fernandez paseándose, y he conocido y tratado á más de dos mil y quinientos jóvenes; les he enseñado, los he procurado educar, les he inculcado principios de justicia, de dignidad y sin embargo, en estos tiempos en que tanto se murmura de nosotros, no he visto á ninguno que haya tenido la audacia de sostener sus acusaciones cuando se ha encontrado delante de un fraile... ni siquiera en voz alta delante de cierta multitud... ¡Jóvenes hay que detrás nos calumnian y delante nos besan la mano y con vil sonrisa mendigan nuestras miradas! ¡Puf! ¿Qué quiere usted que hagamos nosotros con semejantes criaturas?
El primer catedrático le devolvió el saludo friamente y guiñando á Basilio, le dijo en voz alta: Ya sé que Cpn. Tiago huele á cadáver; los cuervos y los buitres le han visitado. Y entró en la sala de los profesores. Algo más tranquilo, Basilio se aventuró á averiguar más promenores.
El joven Telémaco no vacilaba en sus venganzas. De pequeño interrumpía sus diversiones para «trabajar» en el recibidor, junto al perchero vecino á la puerta. Y el pobre catedrático encontraba abollado su sombrero de copa, con los pelos en desorden, ó salía llevando en las haldas del gabán varios salivazos.
Le doy á usted las gracias y no discutiré si soy ó no una escepcion; aceptaré su calificativo para que usted acepte el mío: usted tambien es una escepcion; y como aquí no vamos á hablar de escepciones, ni abogar por nuestras personas, al menos pienso por mí, le suplico á mi catedrático dé otro giro al asunto.
Palabra del Dia
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