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Actualizado: 24 de mayo de 2025


No había quedado perro ni gato, en diez leguas á la redonda, á quien D. Casimiro no hubiera dado parte de su ventura. Ahora, su caída y su desventura debían de ser é iban siendo no menos sonadas, y, por desgracia, harto más aplaudidas. La vanidad del hidalgo bermejino recibía desaforados golpes. Pero ¿cómo vengarse?

Como una nueva oleada de sangre subió entonces á la cara del Comendador, enrojeciéndola toda. Reportándose luego, dijo de la manera más natural á su parlera sobrina: ¿Con que esta señorita, además de ser tan guapa, es muy rica? Para estos lugares lo es. ¿No es verdad, tío, que es muy extraño que la quieran casar con don Casimiro? ¡Si viera V. qué viejo y qué feo está! Vamos, es ofender á Dios.

Apenas Lucía y su tío dejaron á Clara á la puerta de su casa, el tío preguntó á la sobrina: ¿Qué te ha dicho D. Carlos? ¿Qué ha de decir? Que está desesperado; que Clara le desdeña, que le rechaza, y que, por obedecer á su madre, se casará con D. Casimiro. Y D. Valentín, ¿qué hace? Nada. ¿Qué quiere V. que haga? Pues qué, ¿ignora V. que D. Valentín es un gurrumino?

Abandonada la ciudad, y vuelto D. Casimiro á reales de Villabermeja, se puso á galantear á Nicolasa con la imprudencia y el ímpetu del despechado. Ella era harto discreta para no conocer que entonces ó nunca: que la fortuna le presentaba el copete y que importaba asirle. D. Casimiro buscaba en Nicolasa refugio y compensación contra el desdén de Clarita. D. Casimiro estaba en su poder.

Al hablar usaba D. Casimiro de cierta solemnidad y pausa muy entonada; pero su voz era ronca y desapacible, asegurándose provenir esto en parte de que no le desagradaba el aguardiente, y más aún de que en su casa y despojado de las galas de novio ó de pretendiente amoroso, fumaba mucho tabaco negro.

Yo, si fuera el Papa, negaba la licencia que habrá que pedirle. Pues qué exclamó D. Fadrique, ¿son ustedes parientes tan cercanos? Don Casimiro Solís es el pariente más cercano que tiene mi padre, contestó Clara.

Pues bien, amigo D. Carlos, es menester que V. se persuada de que Clarita, de cuyo amor hacia V. estoy convencido, está criada con tan santo temor de Dios y con tan grande, y hasta si V. quiere exagerado é irracional respeto á su madre, que por obedecerla, por no darle un disgusto, por no rebelarse, será capaz de casarse con D. Casimiro, aunque se muera de amor por V. al día siguiente de casada, aunque su vestido de boda sea la mortaja con que la entierren.

Dado á conocer así somera, y no favorablemente, por desgracia, podemos ya lisonjearnos de conocer á cuantas personas ocupaban la sala cuando entró en ella el padre Jacinto. Doña Blanca, Clarita, D. Valentín y D. Casimiro se levantaron para recibirle, y todos le besaron humildemente la mano.

Don Casimiro, pues, desde que empezó á ser novio de Clara, se puso más orondo y satisfecho que antes. Terrible fué el desengaño cuando Doña Blanca le despidió. El enojo interior de D. Casimiro no fué menos terrible; pero él era encogido y muy torpe para expresarse; Doña Blanca hablaba bien y con autoridad é imperio, y el Sr.

D. Nicolas Herrera, que deseaba mas que todos llegase el caso de egecutar el saqueo, publicaba en todas partes el razonamiento de Pagador, y continuando sus diligencias, entró en casa de D. Casimiro Delgado, que á la sazon estaba jugando con D. Manuel Amezaga, cura de Challacollo, y con Fray Antonio Lazo, del Orden de San Agustin.

Palabra del Dia

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