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Actualizado: 24 de junio de 2025
D. Casimiro no iba con buen fin... y Nicolasa le desdeñó siempre; pero de esto informará á V. mejor que yo el P. Jacinto. Yo lo único que añadiré es que el tal D. Casimiro me parece un hipocritón y un bribón redomado. No es malo saberlo pensó el Comendador. ¡Ah! diga V., tío. Ya sé que se fué á Sevilla D, Carlos.
Por lo demás, el padre Jacinto era leal y no abusó de su derecho de hablar en secreto con Clarita para excitarla en contra de la boda con Don Casimiro. Sólo una noticia se atrevió á dar á Clarita por instigación de D. Fadrique: que D. Carlos, amonestado por el Comendador, se había vuelto á Sevilla con sus padres.
El P. Jacinto vió á Doña Blanca transfigurada; reconoció en ella un corazón de mujer que antes no había sospechado siguiera bajo la aspereza de su mal genio, y le tuvo lástima y la miró con ojos compasivos. Ella prosiguió: He meditado en largas noches de insomnio sobre la resolución de este problema, y no veo nada mejor que el casamiento de Clara con D. Casimiro.
Esto no lo dijeron, por supuesto, aquellas señoras; pero lo pensó, sin decirlo, don Casimiro Pantojas, que atentamente las escuchaba, después de haber desorejado a toda una desdichada familia de conejitos de porcelana y arrancado los rabos a una parejita de bulldogs, fabricados en Bristol.
Así es que al principio, contrayéndonos al asunto de la boda, no vi sino el lado bueno. Vi que D. Casimiro es un caballero de tu clase, honrado, religioso, prendado de Clarita y deseando hacerla feliz. Vi que, casándose con ella, seguiría ella aquí y no se la llevarían lejos de su madre y de nosotros, que la queremos tanto.
Doña Clara no hablaba á solas ni escribía á su amiga; por los criados nada podía averiguarse, porque los de Doña Blanca eran forasteros casi todos, y ó no tenían confianza en la casa, ó hacían una vida devota y apartada, imitando y complaciendo así á sus amos. Sólo podía afirmarse que la única persona que entraba de visita en casa de D. Valentín era su cercano pariente D. Casimiro.
El Comendador, recobrando el habla, respondió: Lo hecho, hecho está. Yo no gusto de arrepentirme. Yo no deshago mis promesas. Yo no me vuelvo atrás nunca. Lo que prometí á D. Casimiro y él ha aceptado, tiene que cumplirse. Pero, ¿qué enfermedad es esa de Doña Blanca? ¿Sigue Clara poseída de su lúgubre locura?
Pero si Clara dice á su madre que no ama á D. Casimiro... Clara no se atreverá á decirlo. Si declara á su madre que me ama... Antes morirá que confesar á su madre ese amor. Y si tanto miedo tiene á su madre, ¿no podrá huir conmigo? No creo que dé jamás tan mal paso.
Además, yo he prometido á mi madre que seré monja, y para que lo sea, ha despedido ella á D. Casimiro. ¿Cómo faltar ahora á mi promesa, burlarme de mi madre y hasta de Cristo, á quien he dado palabra de esposa? ¿Qué infamia me propones?
Nos hubieran oído los sordos. Yo hubiera tenido un lance con mi rival. Pero ¿contra Dios qué he de hacer? Don Casimiro se consolaba algo con la imposibilidad de tener un lance con Dios, y hasta con la obligación piadosa en que se veía de resignarse. Su encono contra Doña Blanca y contra Clarita no se mitigaba, á pesar de todo.
Palabra del Dia
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