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Actualizado: 24 de julio de 2025


En su propia persona se notaba poco esmero y aseo; pero en el traje se descubrían el cuidado y la pulcritud que en la persona faltaban, lo cual denotaba desde luego que D. Casimiro más se cuidaba la ropa por ser ordenado, económico y aficionado á que las prendas durasen, que por amor á la limpieza. Iba vestido muy de hidalgo principal, si bien á la moda de hacía quince ó veinte años.

Se presentó tambien el presbítero D. Casimiro Rios, natural de Puno, que fué preso por los rebeldes en el camino de Arequipa, aprovechando para su fuga la precipitacion con que los sediciosos se habian retirado.

D. Valentín, á respetable distancia y sentado junto á una mesa, hace paciencias con una baraja. D. Casimiro habla con la señora de la casa y con su hija. Los lectores conocen ya á D. Casimiro, como si dijéramos de fama, de nombre y hasta de apodo, pues no ignoran que para D. Carlos, Lucía, Clara y el Comendador, era el viejo rabadán. Veamos ahora si logramos hacer su corporal retrato.

Tío dijo por último Lucía con la mayor gravedad que pudo, V. no es el viejo rabadán. El viejo rabadán es de Villabermeja como V.: hace dos años que está establecido aquí, y merece, en efecto, las calificaciones que le prodiga el poeta, porque está muy asendereado y estropeado. El viejo rabadán se llama D. Casimiro. V. debe de conocerle.

Repuesto un poco de su pasmo, dijo el P. Jacinto: Y dime, hijo, ¿qué trata de hacer Doña Blanca para remediar el mal? ¿Qué proyectos son los suyos, que tanto te asustan? ¿Quién sería el inmediato heredero de su marido si ella no tuviese una hija? preguntó el Comendador. Don Casimiro Solís, fué la respuesta. Pues por eso quiere casar á su hija con D. Casimiro.

Y para ello, sin hacer pública la infamia de su madre y de aquél á quien debe venerar como á padre, ¿qué otro recurso tiene Clara sino entrar en un convento ó dar la mano á D. Casimiro? ¿Por qué, dirá V., ha de pagar Clara la falta que no cometió? Harto la pago yo, padre. Los remordimientos, la vergüenza, me asesinan. Pero Clara también debe pagarla.

Ni al P. Jacinto me he confiado hasta ahora; pero á todo te lo confío. En mi ser pasa algo de extraño, que no acierto á entender. Quiero aún á D. Carlos. Y, no obstante, conozco que no debo darle esperanzas; que no debo casarme con él nunca; que me toca obedecer á mi madre, la cual anhela mi boda con D. Casimiro.

El remedio podía aplicarse de dos maneras. Ó casando á Clarita con D. Casimiro, y esto era fácil, ó haciéndola tomar el velo. Esto segundo, á pesar de lo mundano, impío y anti-religioso que era D. Fadrique, le parecía mil veces mejor. Comprendía, no obstante, que para que Clarita entrase en un convento sin saber ella por qué, era necesario que alguien le infundiese la vocación.

La expresión de su semblante, sus modales y gestos no eran antipáticos: eran insignificantes; salvo que no podía menos de reconocerse por ellos en D. Casimiro á una persona de clase, aunque criada en un lugar. Se advertía, por último, en todo su aspecto, que D. Casimiro debía de padecer no pocos achaques. Su mala salud le hacía parecer más viejo.

Padre Jacinto dijo el Comendador con aire de jubiloso triunfo , Clara es libre ya. No es menester que se case con D. Casimiro ni que sea monja. ¿Cómo es eso, hijo mío? He dado por ella una suma igual á todo el caudal de D. Valentín. ¿Á quién? Á D. Casimiro. La ha aceptado con una razón que promete callar; por un motivo secreto.

Palabra del Dia

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